Tras llegar a valer nueve mil millones de dólares, la empresa que Elizabeth Holmes fundara ha desaparecido tras escándalos y un juicio que hoy la enfrenta a veinte años de cárcel.
En Silicon Valley, lugar que alberga un sinnúmero de icónicas empresas de alta tecnología, las historias sobre el fundador que abandona la universidad para seguir sus sueños son muy populares. Zuckerberg abandonó Harvard para fundar Facebook, Jack Dorsey a la Universidad de Nueva York para fundar Twitter, Evan Spiegel hace algo parecido por Snapchat y la lista continúa para incluir otros famosos como Steve Jobs o Bill Gates. Elizabeth Holmes, fundadora de Theranos, deseaba con vehemencia seguir la misma ruta.
En el 2003, con solo 19 años, Holmes abandona sus estudios de pregrado en Ingeniería Química en Stanford, para fundar una empresa que ayudara a democratizar la salud, según sus propias palabras. Tuvo la idea de crear una máquina que, con solo una gota de sangre, podría realizar diversos exámenes que hoy requieren una muestra mucho mayor y el uso de jeringa y aguja. No solo eso, sino que ofrecería los resultados en tiempos menores a los del mercado.
Mientras buscaba tal tecnología, llegó a recaudar cientos de millones de dólares de diversos inversionistas y formar un Directorio que incluía a dos secretarios de estado de los Estados Unidos. Aparece en innumerables carátulas de revistas tanto de finanzas como de tecnología, da charlas y sonríe junto al expresidente Bill Clinton, siempre vestida con su suéter negro de cuello de tortuga a la ultranza de Jobs.
Pero a diferencia del desarrollo de software, la investigación médica requiere profesionales con años de entrenamiento. Los nuevos productos que llegan al mercado (como drogas y tratamientos) son productos de larguísimos estudios y pruebas que hacen uso del método científico. Por ello, muchos especialistas en patología clínica o ingeniería biomédica veían con escepticismo la oferta de Theranos, más aún cuando la empresa no publicaba sus estudios ni compartía sus datos, con el pretexto de proteger sus secretos comerciales.
“¿Cómo es posible que con tan ínfima cantidad de sangre puedan ofrecer 70 pruebas de laboratorio?” se preguntaban los expertos, para quienes con 30 ya se estaría logrando una proeza. La respuesta de Theranos hacía alusión al manejo de microfluidos, una tecnología real y con gran potencial, pero que ni era exclusiva de la fenecida empresa de Holmes ni aún ha podido lograr lo que ella prometía. En su lugar, Theranos diluía la sangre de sus clientes con químicos, lo cual arruinaba la muestra, la llevaba a máquinas de otros fabricantes y obtenían resultados imprecisos. Esto era perjudicial para los pacientes, sobre todo si se toma en cuenta que los médicos usan los resultados de laboratorio para tomar sus decisiones.
Tras más de una década, la debacle de Theranos y su fundadora empezaría en el 2016 con una serie de artículos e investigaciones que expondrían lo que venía sucediendo tras bambalinas. Todo esto cuando, apenas un año antes, Forbes había nombrado a Holmes como la mujer multimillonaria más joven hecha a sí misma, debido a que su empresa llegó a valer la friolera de 9 mil millones de dólares.
Actualmente la fundadora de Theranos encara diversos cargos que podrían significarle hasta veinte años de cárcel. Mientras esto ocurre, su historia será pronto llevada al cine con Jennifer Lawrence como protagonista. Lástima que su start-up, con un objetivo tan importante, no haya sido un caso de éxito.