Acabo de leer el estupendo libro «The dark charism of Adolf Hitler», de Laurence Rees, y ha sido una jornada aleccionadora, no solo porque todo libro sobre la historia del ascenso y caída del dictador nazi ya de por sí tiene lecciones, sino porque a base de innumerables testimonios, diarios, entrevistas y extractos de sus propios discursos, intenta exponer el proceso de cómo Hitler, su séquito y su pueblo generaron juntos una de las mayores catástrofes de la historia.
Para muchos puede parecer incompresible cómo un pueblo educado como el alemán, encumbró a un cabo bohemio, arquitecto frustrado y artista fracasado que no tuvo mayor educación formal, al nivel de líder absoluto. Lo que el afamado historiador Rees expone es una secuencia de pasos graduales, en las que se hace presente el carisma de Hitler y un pueblo receptivo a las promesas de este. La suerte y en parte la torpeza de muchos dirigentes, que subestimaron su independencia y terquedad, también jugaron un papel destacado, como cuando, por ejemplo, se obstina en querer ser Canciller (el equivalente a Primer Ministro) a pesar que su partido no había salido victorioso en las elecciones.
Los resultados de su gobierno no debieron sorprender a quienes leyeron el libro que escribió estando en la cárcel. Durante los nueves meses de prisión (reducidos a partir de los cinco años que le tocó por un intento fallido de golpe) escribió “Mi Lucha”, en el cual se dibuja como un visionario predestinado a guiar a la raza aria, cuando en realidad no es hasta sus mediados veinte años en que toma interés en la política. En el mismo texto habla de su rechazo al Tratado de Versalles, desdén por los judíos y de la necesidad de que Alemania se expandiese al Este contra los bolcheviques.
No implementará sus ideas desde el primer día de gobierno, lo hará progresivamente, de forma que su carisma como líder, al cual todos juraban fidelidad, no se viese mellado. Mientras, el aparato del estado irá aceptando su visión de que no se debe proteger a los más débiles sino que por el contrario, se les debe destruir. Así aparecen los programas de esterilización forzada o de eutanasia mucho antes de la guerra (Alemania llegó a tener unas treinta “clínicas especiales” en donde los recién nacidos eran asesinados si las parteras les descubrían alguna anomalía.)
La guerra no hizo más que incrementar las prácticas barbáricas de un régimen para el que la vida humana no valía nada, literalmente. Y aquí entra a tallar no solo un hombre, sino una jerarquía civil, militar (con notables excepciones) y una sociedad que se nutrió de una filosofía que les dio un marco teórico para los terribles hechos que conocemos hoy.
Por una parte, la supuesta superioridad racial era creída de hito a hito por gran parte de la población. Esto implicaba, como es lógico, que el resto sea inferior y considerado “sub-humano” lo cual les daba pie para asesinar y matar sin miramientos no solo a los judíos, sino soviéticos (de los cuales murieron el doble que los judíos) y todo pueblo que sea conquistado. Esto también les sirvió para anexarse inicialmente a todo pueblo de “raza germana”, como Austria y la región de los Sudetes, a la vista y paciencia de los demás europeos.
Así mismo, la supuesta necesidad del espacio vital (lebesraum), en vez de atender a un modelo de intercambio de bienes, era el único medio aceptable para atender a las necesidades de su población; ello se tradujo ena expansión de Alemania sobre sus vecinos orientales, colonizando la inmensa región formada por la URSS y sus satélites. Aunque parezca increíble, funcionarios nazis encargados del planeamiento (uno de ellos luego sería catedrático universitario) aplicaban modelos de sostenibilidad, con los que concluían fríamente con que ¡debían eliminarse a 30 millones de personas de esa área!
Pero Hitler no creó estas infames ideas de la nada. Muchos pensadores habían llegado a las mismas antes que las llevase a su extrema consecuencia. Faltaba un ingrediente más: su nihilismo. Para el dirigente nazi no existió nunca compasión alguna, ni para su propia gente ni mucho menos para sus enemigos. Veía al mundo libre de toda moral o responsabilidades éticas, por lo que llegó a decir que “La Tierra sigue girando, ya sea que el hombre mate al tigre o sea el tigre quien se lo coma”. El problema fue que por muchos años, este horrendo tigre fue el responsable del sufrimiento y muerte de millones de individuos.
No quiero dejar de recomendar este libro para todos aquellos que intentan entender el incomprensible proceso por el cual un líder amoral y la propaganda de sus seguidores, llevaron gradualmente a una nación a convertirse en verdugo de sus vecinos.