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Giuseppe Albatrino

Escritor, Dramaturgo y Divulgador Científico

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Vivencias y Opinión

Regresó la serie Cosmos (un recuerdo personal)

17 marzo, 2014 by Giuseppe Albatrino

Cuando en los años ochenta se emitió la serie televisiva Cosmos, Carl Sagan (autor del libro sobre el cual se basa) la subtituló “un viaje personal”. Y es que este siempre ha sido su estilo en todo lo que publicó: explicar con una voz propia y reconocible lo sorprendente que es el Universo.

Este viaje personal alrededor del libro no es un monopolio de Sagan. Su obra ha logrado que millones de personas nos interesemos en las estrellas, la vida en otros mundos, la exploración espacial y un sinfín de temas de la mano del método más elegante para conocerlos, la ciencia. Este ha sido mi caso, con una pincelada adicional que viene de la mano de mi padre y que cosmos_sagan.jpg hoy, que se acaba de estrenar la nueva versión de la serie, me complace recordar.

Sería el año ochentaicinco cuando él acostumbraba regresar los viernes a Lima, tras trabajar toda la semana en el Sur. En uno de sus retornos, tras unas cuatro horas de camino, en vez de quedarse en casa, me dice que quiere que lo acompañe a ver algo que puede interesarme, así que fuimos en la camioneta hasta la curva que se forma cuando la avenida La Marina cruza la Brasil. Entramos a una sanguchería en donde había comprado uno de hot dog camino a casa, y le pide al señor que atiende que me muestre algo. Este saca un libro que había estado leyendo, gordo, alto y lleno de imágenes de todo tipo. Enormemente atractivo en su presentación, como solo los libros físicos pueden serlo. Lo hojeé y mi papá me preguntó si me gustaría tener uno así. Le dije que sí y, al poco tiempo, por Navidad lo tuve entre mis manos.

Mi papá nunca ha sido de muchas lecturas, pero siempre ha valorado el que yo lea, así que no solo estaba atento a aquello que podía interesarme sino que invirtió tiempo y esfuerzo en conseguirme aquel libro que vio por primera vez en un mostrador camino a casa.

Aquella Navidad, al romper el papel regalo pensé que tras estudiar sus cientos y cientos de páginas, lo sabría todo. ¡Qué iluso se puede ser a los once años! Sin embargo, lo que aprendí fue que “allá afuera” hay demasiadas cosas por aprender y admirar, demasiadas cosas por las cuales sorprendernos y que la ciencia, es decir, la exploración, la validación de los hechos, la posibilidad de decir me equivoqué y el rechazo a los dogmas, es una gran amiga.

Así que Cosmos no es solo la jornada personal de Sagan, es también la mía por el libro mismo y por el amoroso gesto de mi padre.

Publicado en: Sci & Tech, Vivencias y Opinión

Corea del Norte o cuándo la locura gobierna

2 abril, 2013 by Giuseppe Albatrino

Tres escenas sacadas de un documental del Discovery. Escena 1: un grupo de médicos occidentales viajan a Corea del Norte para realizar operaciones gratuitas de cataratas. Escena 2: el hospital en donde trabajarán carece de medidas sanitarias adecuadas, pero igual lo usarán. Escena 3: tras recuperar la visión, uno a uno, los pacientes corren hacia un cuadro del dictador para agradecerle por la sanación, casi de rodillas.

¿Es broma? Lamentablemente, no. Incluso, antes de la operación algunos confesaron que querían recuperar la vista para así poder ver el rostro de su líder, lo cual nos hace pensar en un masivo lavado cerebral a la población y que, a pesar de todo, esta prefiere olvidar que el alto índice de cataratas no tratadas se debe a la falta de facilidades médicas en el estado-prisión.

Hoy que en la región resuenan los tambores de guerra, me vienen a la mente esta y otras historias provenientes de la nación ermitaña, que por décadas ha cerrado sus puertas al mundo (salvo a la Unión Soviética y China) mientras se apertrechaba. Hablamos de una dictadura totalitaria, que practica el culto a la personalidad, actualmente hacia un joven cuyo mayor mérito es haber heredado el puesto de su padre, quien a su vez lo heredo de su padre…y que es calificado como “genio de genios en estrategia militar” por su propia prensa.

Como siempre, el pueblo es el que paga las consecuencias. No solo son prisioneros dentro de sus propias fronteras, en donde deben elegir hasta la manera de peinarse en base a unos estándares, sino que para los disidentes políticos se han creado cárceles fuera de las ciudades. Si esto no bastase, han tenido que sufrir hambrunas, como las que mataron entre 800,000 y 1,500,000 personas entre los años 1994 y 1998, número altísimo si tomamos en cuenta que hablamos de 22 millones de habitantes.

A pesar de estos terribles indicadores, un lujo que sus gobernantes no han descartado, es el de fabricar al menos un arma nuclear y misiles. Lo primero a costa de la muerte de científicos e ingenieros, que debieron trabajar sin la protección requerida para programas de desarrollo de este tipo.

Con todo, por más de cinco décadas la tiranía norcoreana ha logrado subsistir, apoyada por un par de naciones. Según los cables noticiosos, Corea del Sur y Estados Unidos, han dejado en claro que de haber guerra, el fin de esta no puede traducirse en la continuación del status quo (osea, que la dinastía actual continúe en el poder). Aun así, el precio de la guerra sería enorme para todos.
Es una lástima que en ocasiones como esta, la historia parezca ser dictada por locos.

Publicado en: Vivencias y Opinión

Si el Perú fuera una familia, ¿cómo crees que sería?

1 abril, 2013 by Giuseppe Albatrino

No puedo evitarlo. Cuando me invitan a una casa, intento ver los libros que moran en ella. Busco los estantes. ¿Por qué? Porque te puede dar para temas de conversación, puedes encontrar coincidencias o, por lo menos, conocer los intereses de los dueños.

En la mayoría de los casos, no ocurre nada de esto. En la mayoría de los casos, no hay libros, o los únicos que hay fueron comprados como requisito para seguir algunos estudios.

Y no hablo de casas feas. Hablo de casas bonitas. En realidad, con el crecimiento económico del Perú, los cien mil carrosquestionmark nuevos que se compran cada año, con el boom inmobiliario y con nuestro complejo de superioridad, en Lima casi no hay casas feas… ¡Es más!, ya nos creemos una potencia económica. Lo penoso es que las casas por dentro, y las personas en ellas, no parecen cambiar. Me atrevería a decir que si el Perú se representase en una familia, esta tendría dos hermosas camionetas, comerían seguido en un buen restaurante (peruano que no ama la comida, no es peruano, ¿verdad?) pero lo pensaría dos veces antes de comprar un libro que no le significase un retorno de la inversión (ROI, como dirían los economistas) inmediato.

Permítame explicarlo. Si en vez de otear bibliotecas hogareñas buscamos cifras estatales, encontraremos que en las pruebas PISA 2009 nuestros estudiantes calificaron en Matemática, Ciencias y Comprensión de lectura en los lugares 70, 71 y 71…de 74 puestos posibles. Si miramos a lo que invertimos en investigación y desarrollo (I+D) como porcentaje de nuestro PBI, según datos de la Unesco del 2010, estamos en el puesto 64 de 72. Si hablamos del número de patentes colocadas cada año no llegamos a las cinco anuales y si, finalmente, hablamos de los libros, el peruano en promedio no alcanza a leer un libro al año mientras que el argentino va por los  4.6, el chileno 5,4 y el español pasa la decena.

Complicado y penoso el ver que como nación no somos más que la proyección de cada hogar. Sin embargo, al conocer de cerca iniciativas para incentivar la lectura en los colegios, grupos de divulgación científica orientados a jóvenes y algunas personalidades clamando por un mayor gasto en I+D, no pierdo la esperanza de que esa familia llamada Perú empiece a tener una biblioteca en casa, invierta en algún laboratorio y, quién sabe, se preocupe un poco menos por el restaurante de moda.

Publicado en: Vivencias y Opinión

Cuando Boeing se equivoca

4 febrero, 2013 by Giuseppe Albatrino

Sigo las noticias sobre Boeing de la misma manera con que los fans peruanos siguen las del fútbol europeo: con interés y emoción a pesar de no estar invitado a la fiesta. ¿Por qué? Porque el tema aeronáutico es fascinante. La tecnología aeroespacial representa una vanguardia a la que acceden pocos países, cada máquina cuesta decenas de millones de dólares y, bueno, siempre me han gustado los aviones de todo tipo. Así que podrán imaginar mi consternación ante la noticia de que la más reciente creación de Boeing, el 787 o “Dreamliner”, presenta fallas lo bastante graves como para que se haya ordenado que no despegue ninguno. Algo así no sucedía desde 1979.

A raíz de esto, el gerente general de la empresa mantiene dos reuniones al día para revisar el tema, según sostiene la prensa, mientras cientos de ingenieros investigan el tema en varios países. Podemos presagiar que un importante número de estos no tendrá un buen fin de semana hasta encontrar una solución final; según los expertos, estaríamos hablando del año 2014. Sin embargo, con cada día, la reputación del fabricante empeora, cada cliente que ha debido apagar las turbinas del Jet cobrará penalidades (se calcula que por cada avión se pierde millón y medio de dólares por día) y los que aguardan en la lista de espera para recibir sus 787 deben estar ya llamando a sus abogados.

Una lástima. Cuando a inicios del 2003 Boeing decidió construir un nuevo aeroplano, tras casi una década de no construir nada nuevo, los planes no incluían demorarse tres años más de lo programado ni excederse en el presupuesto miles de millones de dólares. Lo que sí se planificó es ahora motivo de críticas, como la tercerización de la construcción de una enorme cantidad de componentes o el encargo de la creación de nuevas tecnologías de materiales a, ¿adivinaron?, terceras empresas.

Para los fanáticos de los aviones, del olor del combustible si se quiere, es una pena enterarnos cómo la empresa que empezó prácticamente en un garaje, mudó sus oficinas centrales, cercanas a un campo de aviación propio, a una nueva catedral de vidrio esterilizada y sin pistas de aterrizaje en las cercanías. También nos es penoso leer cómo la cultura corporativa de McDonell Douglas, enfocada en el marketing y la contabilidad, absorbió a la de Boeing una vez que esta la compró, dejando de lado la audacia ingenieril que habían tenido por décadas. (Cosa que fue aprovechada por su archirrival Airbus)

Quizás sea romántico creer que los mejores aviones se arman cuando la empresa que los construye no busca tercerizar la mayor parte de la construcción, ni busca convertirse en meros “integradores”, pero sospecho que algo de esto tiene que ver con el fracaso de Boeing. Es bien sabido que el padre del cohete lunar Saturno V, Werner von Braun, creía que un buen gerente “debía tener sus manos sucias en el banco de trabajo”, tanto así que desarmaba y examinaban las etapas de los cohetes traídas por los proveedores. Mientras que el gigante aeronáutico llegó a romper en su más alta dirección, la tradición de elegir hombres internos y del mundo de la aviación.

Lo cierto es que, hasta antes de las fallas del 787, se necesitaban unas 1100 ventas para que el nuevo avión empiece a producir utilidades, en teoría debía ocurrir a mediados del próximo decenio. Ahora, con la demora y las penalidades que se le vienen, el futuro no parece muy halagüeño para el mayor exportador de Estados Unidos. Una verdadera pena.

Publicado en: Vivencias y Opinión

Anotaciones desde el Intrepid Museum (p.1)

22 octubre, 2012 by Giuseppe Albatrino

      Las manos temblorosas del viejito me cogieron por el hombro y me indicaron que me pusiera donde me señalaba. Estábamos en la primera cubierta del portaaviones Intrepid. Acababa de ver un aparato que usan para guiar los aterrizajes y pensé que quizá me le había acercado demasiado. Nada de eso. Tan solo quería explicarnos como es que se utilizaba aquella máquina, básicamente un espejo flanqueado por faros de colores, desde una “X” pintada en el piso del museo para tales ocasiones.

      No hay nada que hacer. La experiencia en el Intrepid es sumamente interactiva, y no solo porque a uno lo acomoden para ver luces de aterrizaje, sino que el lugar es en sí mismo, una auténtica nave de guerra que peleó en la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea y recogió un par de astronautas (que como ya saben, es uno de mis temas favoritos). Es un lugar histórico, y la oportunidad de recorrer sus distintas áreas abiertas es única, dado que en el mundo no deben de existir más de quince portaaviones funcionando y muchos menos adaptados como museos. A través de sus cubiertas, uno puede ver los ambientes en el que miles de marinos vivieron e incluso el lugar en el que varios murieron en un ataque kamikaze.

      La primera cubierta viene a ser el hangar y se encuentra inmediatamente debajo de la pista de aterrizaje, o cubierta de vuelo. Aquí se guardaban y mantenían las aeronaves, que podían llegar a las cien. Al ver los más de 250 metros de largo que ocupa, uno piensa que bien podría estar parado sobre cemento y en tierra firme. Encontramos helicópteros que pelearon en Corea, una réplica de la nave espacial Mercury Aurora 7 (monoplaza de inicios de los 60) así como una cápsula Soyuz. También hay varios juegos interactivos orientados a mostrar cómo un portaaviones flota de forma balanceada, cómo se trabaja en el espacio o distintas cabinas a las que uno puede subirse y sentirse piloto por un rato, incluyendo la de una nave espacial Géminis en la cual juro que, de no haber habido más gente, podría haberme quedado horas. Es más, estoy pensando en construirme una así en casa.

      Desde la primera cubierta puede irse hacia la cubierta de vuelo o a las inferiores. Son dos distintas muestras, porque en la de vuelo es donde se han colocado diversos modelos de aeroplanos que no necesariamente formaron parte de la vida del Intrepid mientras que en las inferiores uno puede conocer hasta los camarotes en donde dormían.

      Vayamos a ver los aviones primero, en la cubierta de vuelo. Para los fanáticos será fácil reconocer aquellas maravillas del ingenio humano, como el avión espía A-12. Todo negro, de casi veinte metros de largo, casi todo él formado por sus dos aparatosos motores. Era capaz de alcanzar 3.2 veces la velocidad del sonido. Construido en total secreto a mediados de los años 50 con materiales especiales que desafiaban a la ciencia y tecnología de la época.

      También se halla el F-14 (sí, el mismo modelo que “voló” Tom Cruise en Top Gun). El F-9 como el que voló Neil Armstrong en Corea. Helicópteros igualmente famosos y conocidos (bueno, para algunas personas) como el Huey o el Cobra que pelearon en Vietnam… En fin, estamos ante el paraíso de los amantes de la aviación.

      En medio de la pista puede verse la enorme estructura del puente de mando, de varios pisos de alto. Impresionante. Aunque uno no puede subirse a ella, se alcanzan a ver las innumerables antenas, radares y ventanas desde donde el capitán gobernaba la nave. Cercana a ella, por la popa, hallamos otra muestra importante: cubierto bajo un domo duerme el transbordador espacial Enterprise.Para los odiosos puristas, me incluyo, es claro que este nunca fue al espacio, sin embargo es una copia exacta de sus hermanos más aventureros. El Enterprise sirvió como prototipo para probar la aerodinámica y funcionamiento de lo que sería el primer vehículo espacial capaz de regresar entero al planeta, a diferencia de la pequeña porción chamuscada que regresan de las naves no reutilizables.

      Finalmente, abandonando la cubierta de vuelo, en las cubiertas inferiores uno puede visitar las áreas en donde vivían y trabajaban los 2600 marinos que hacían de la nave, una pequeña ciudad flotante. Se aprecian los camarotes, comedores, cocina y hasta talleres de máquinas en donde se reparaban las piezas que fallaban a bordo. Si bien estos pisos no son tan glamorosos como los hangares, eran parte fundamental en la historia del Intrepid.


      Los visitantes, encontramos en esta cubierta un pequeño comedor en donde almorzar con un sistema de autoservicio. En medio de paredes plomas y metálicas, con sus simples sillas y mesas, lo vi como una pequeña ventana a la experiencia pasada de sus antiguos comensales.

      Este museo es un hito histórico nacional para los norteamericanos. Coincidentemente, dos días después de mi visita, el Secretario de Defensa daría aquí un importante discurso sobre ciberseguridad. Pero también es, sin duda, un lugar obligado a visitar en New York por los fanáticos de la historia moderna.

Publicado en: Vivencias y Opinión

Anotaciones desde el Intrepid Museum (p.2)

22 octubre, 2012 by Giuseppe Albatrino

      La visita, y para tal caso, los bien usados 28 dólares que cuesta la entrada, no terminan tras cruzar una de las varias salidas del portaaviones (ver parte 1), sino que al lado de este reposan otras dos complejos vehículos, uno súper famoso y el otro de fama modesta, es más, su éxito se basaba en no ser descubierto ni nombrado. Me refiero al Concorde y al submarino USS Growler.

      Lamentablemente estaban cerradas las visitas al interior del Concorde, pero felizmente aún se puede recorrer su exterior con la misma facilidad con que lo haría un operador de mantenimiento preparándolo para el despegue.

      El Concorde es un ave magnífica, de enormes y delgadas alas en forma triangular que se extienden a sus lados como una gran sábana. Su larga nariz, en donde se encuentra las ventanas de la cabina mirando un tanto hacia el piso, lo hace parecer que toma un descanso para reemprender el vuelo. Impresionante. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue lo angosto que era y las pequeñísimas ventanillas por la que sus millonarios pasajeros podían asomarse. Estoy seguro que el fuselaje del Boeing 767 en el que llegamos a Nueva York parecería una botella al lado del lápiz formado por la maravilla franco-inglesa, y esto no es casual.

      Los constructores del Concorde debieron superar, con la tecnología de los años 60, los enormes problemas que se presentan al llevar un avión de pasajeros a más de dos veces la velocidad del sonido. Por ejemplo, debido al enorme calor que se genera, el largo mismo de su estructura se dilata en pleno vuelo algunos centímetros. Así mismo, el volumen y el peso eran un problema constante, por ello si bien el interior podía ser lujoso, el espacio interno no abundaba. En cuanto a las ventanillas, los ingleses habían tenido recientemente problemas con el avión Comet, algunos explotaron por fallas estructurales debidas a sus grandes ventanales, y la historia no podía repetirse…

      El Growler forma parte de la guerra silenciosa entre la Unión Soviética y los Estados Unidos bajo el mar. El pequeño espacio interior por donde se anda, y en el que su tripulación debía pasar varios meses, nos da idea del compromiso de estos con su país. El lugar no es para claustrofóbicos, y por más que la visita no dura más que unos veinte minutos, no es difícil imaginar la paciencia  y fortaleza mental que todos debían tener a bordo para sobrevivir sin odiar la cercanía permanente de unos con los otros. Y es que se trata de un submarino con motor a diesel, mucho más pequeño que sus contrapartes nucleares.

      Se pueden notar las enormes y pesadas puertas que separan las distintas secciones que componen el navío, la idea es que de haber alguna inundación pueda sellarse el comportamiento para no comprometer al resto (o sea, que el resto no se ahogue). Todas las aéreas son funcionales, salvo un pequeño salón con una mesa con juegos de mesa dibujados en ella (ajedrez, backgamon) y los pequeñísimos baños (bueno, si uno lleva revistas supongo que podría ser recreacional). Se ven los dos periscopios, cuarto de torpedos, de misiles, de sonar, camarotes con cuatro pisos de literas, el comedor y la cocina, todo ello increíblemente compactado.

      Cuando uno comprende que el Growler llevaba misiles crucero Regulus (véase fotografía) capaces de cargar con bombas nucleares mayores a la que arrasó con Hiroshima o Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial sorprende el poder de fuego a manos de los 97 hombres apretados a bordo.

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