Sigo las noticias sobre Boeing de la misma manera con que los fans peruanos siguen las del fútbol europeo: con interés y emoción a pesar de no estar invitado a la fiesta. ¿Por qué? Porque el tema aeronáutico es fascinante. La tecnología aeroespacial representa una vanguardia a la que acceden pocos países, cada máquina cuesta decenas de millones de dólares y, bueno, siempre me han gustado los aviones de todo tipo. Así que podrán imaginar mi consternación ante la noticia de que la más reciente creación de Boeing, el 787 o “Dreamliner”, presenta fallas lo bastante graves como para que se haya ordenado que no despegue ninguno. Algo así no sucedía desde 1979.
A raíz de esto, el gerente general de la empresa mantiene dos reuniones al día para revisar el tema, según sostiene la prensa, mientras cientos de ingenieros investigan el tema en varios países. Podemos presagiar que un importante número de estos no tendrá un buen fin de semana hasta encontrar una solución final; según los expertos, estaríamos hablando del año 2014. Sin embargo, con cada día, la reputación del fabricante empeora, cada cliente que ha debido apagar las turbinas del Jet cobrará penalidades (se calcula que por cada avión se pierde millón y medio de dólares por día) y los que aguardan en la lista de espera para recibir sus 787 deben estar ya llamando a sus abogados.
Para los fanáticos de los aviones, del olor del combustible si se quiere, es una pena enterarnos cómo la empresa que empezó prácticamente en un garaje, mudó sus oficinas centrales, cercanas a un campo de aviación propio, a una nueva catedral de vidrio esterilizada y sin pistas de aterrizaje en las cercanías. También nos es penoso leer cómo la cultura corporativa de McDonell Douglas, enfocada en el marketing y la contabilidad, absorbió a la de Boeing una vez que esta la compró, dejando de lado la audacia ingenieril que habían tenido por décadas. (Cosa que fue aprovechada por su archirrival Airbus)
Quizás sea romántico creer que los mejores aviones se arman cuando la empresa que los construye no busca tercerizar la mayor parte de la construcción, ni busca convertirse en meros “integradores”, pero sospecho que algo de esto tiene que ver con el fracaso de Boeing. Es bien sabido que el padre del cohete lunar Saturno V, Werner von Braun, creía que un buen gerente “debía tener sus manos sucias en el banco de trabajo”, tanto así que desarmaba y examinaban las etapas de los cohetes traídas por los proveedores. Mientras que el gigante aeronáutico llegó a romper en su más alta dirección, la tradición de elegir hombres internos y del mundo de la aviación.
Lo cierto es que, hasta antes de las fallas del 787, se necesitaban unas 1100 ventas para que el nuevo avión empiece a producir utilidades, en teoría debía ocurrir a mediados del próximo decenio. Ahora, con la demora y las penalidades que se le vienen, el futuro no parece muy halagüeño para el mayor exportador de Estados Unidos. Una verdadera pena.