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Giuseppe Albatrino

Escritor, Dramaturgo y Divulgador Científico

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Sci & Tech

La emoción de un científico (a propósito de las noticias en torno al big bang)

19 marzo, 2014 by Giuseppe Albatrino

Está circulando un bello vídeo de la Universidad de Stanford que en un inicio podría ser tomado como parte de un reality show, de los cientos que existen. Un señor oriental habla a la cámara diciendo que va a darle una noticia a un tal profesor Andrei Linde… Lo que sigue es muy emocionante, porque al momento de llegar a su puerta y decirle el resultado de unas mediciones (“It’s five sigma at point two”) acaba de confirmarle que su teoría tenía razón.

andrei-linde-580.jpgLa emoción del físico Linde y su esposa es palpable, y no es para menos. Estamos ante un «momento eureka”: de experimental podemos confirmar algo que la ciencia creía y con ello el Universo se hace un poco más conocido que ayer, un poquito menos misterioso. En este caso, hablamos de los primeros instantes tras la explosión que dio origen al Cosmos, el Big Bang.

Este vídeo (que pueden verlo aquí). trajo a mi memoria la narración que el ganador del Nobel Richard Feynman hace de cuando se dio cuenta de que había encontrado la respuesta a otro problema científico en su campo de estudio (mecánica cuántica). Aquella solitaria noche tomó con

ciencia de que, en todo el planeta, él era la única persona que sabía la respuesta a un misterio cósmico cuya respuesta era perseguida por colegas en todas partes del mundo. ¿Cómo no emocionarse con ello?

Más allá de explicar la parte científica que conlleva el hallazgo de Linde, quisiera hoy compartir la fascinación que me causa el método científico. Una hipótesis no puede ser aceptada como un hecho hasta que haya sido puesta a prueba y validada por más difícil que sea e incluso, en esos casos, siempre pueda estar sujeta a revisión. Recordemos, por ejemplo, cómo recientemente unas mediciones, realizadas en laboratorios europeos, mostraron partículas que al parecer viajaban más rápido que la luz, esto en contra de lo que se ha sabido desde Einstein. Lejos de invocar el nombre del científico o las decenas de papers que hay al respecto, la comunidad científica aguardó a tener más información.

Ante esto, ¿cómo no emocionarnos con Linde?.

Publicado en: Sci & Tech

Regresó la serie Cosmos (un recuerdo personal)

17 marzo, 2014 by Giuseppe Albatrino

Cuando en los años ochenta se emitió la serie televisiva Cosmos, Carl Sagan (autor del libro sobre el cual se basa) la subtituló “un viaje personal”. Y es que este siempre ha sido su estilo en todo lo que publicó: explicar con una voz propia y reconocible lo sorprendente que es el Universo.

Este viaje personal alrededor del libro no es un monopolio de Sagan. Su obra ha logrado que millones de personas nos interesemos en las estrellas, la vida en otros mundos, la exploración espacial y un sinfín de temas de la mano del método más elegante para conocerlos, la ciencia. Este ha sido mi caso, con una pincelada adicional que viene de la mano de mi padre y que cosmos_sagan.jpg hoy, que se acaba de estrenar la nueva versión de la serie, me complace recordar.

Sería el año ochentaicinco cuando él acostumbraba regresar los viernes a Lima, tras trabajar toda la semana en el Sur. En uno de sus retornos, tras unas cuatro horas de camino, en vez de quedarse en casa, me dice que quiere que lo acompañe a ver algo que puede interesarme, así que fuimos en la camioneta hasta la curva que se forma cuando la avenida La Marina cruza la Brasil. Entramos a una sanguchería en donde había comprado uno de hot dog camino a casa, y le pide al señor que atiende que me muestre algo. Este saca un libro que había estado leyendo, gordo, alto y lleno de imágenes de todo tipo. Enormemente atractivo en su presentación, como solo los libros físicos pueden serlo. Lo hojeé y mi papá me preguntó si me gustaría tener uno así. Le dije que sí y, al poco tiempo, por Navidad lo tuve entre mis manos.

Mi papá nunca ha sido de muchas lecturas, pero siempre ha valorado el que yo lea, así que no solo estaba atento a aquello que podía interesarme sino que invirtió tiempo y esfuerzo en conseguirme aquel libro que vio por primera vez en un mostrador camino a casa.

Aquella Navidad, al romper el papel regalo pensé que tras estudiar sus cientos y cientos de páginas, lo sabría todo. ¡Qué iluso se puede ser a los once años! Sin embargo, lo que aprendí fue que “allá afuera” hay demasiadas cosas por aprender y admirar, demasiadas cosas por las cuales sorprendernos y que la ciencia, es decir, la exploración, la validación de los hechos, la posibilidad de decir me equivoqué y el rechazo a los dogmas, es una gran amiga.

Así que Cosmos no es solo la jornada personal de Sagan, es también la mía por el libro mismo y por el amoroso gesto de mi padre.

Publicado en: Sci & Tech, Vivencias y Opinión

“Octubre rojo” y la guerra silenciosa de los hackers

15 enero, 2013 by Giuseppe Albatrino

No dejan de sorprender los hallazgos que, cada cierto tiempo, hacen las empresas de seguridad informática. A veces, estas parecen ser buques caza-submarinos que van por el vasto océano de información buscando intrusos ocultos en nuestros equipos, en variadas costas y a distintas profundidades, con o sin banderas, algunos de los cuales llevan años espiando puertos supuestamente bien protegidos.

La noticia del “Octubre rojo”, que se refiere al más reciente de estos maleware, da cuenta de esta enorme amenaza quehackers cada vez se hace más compleja y que involucra un gran esfuerzo por parte de sus programadores. Si en los años del diskette el temor era que la computadora se contagie y que no funcione correctamente, hoy en día en que todos nuestros equipos están conectados a la Internet, las apuestas son mucho más altas. Hablamos del robo de información, en una escala nunca antes posible.

Los señores de la empresa Kaspersky han pescado un pesado espécimen, que excede los pocos kilobytes usuales para alcanzar los 20 megabytes, que incluyen distintos y numerosos módulos especializados en la piratería. Es un software increíblemente complicado, que ha pasado años desapercibido a los antivirus mientras copiaba las pantallas de sus usuarios, robaba sus contraseñas, estudiaba las redes locales buscando nuevas víctimas, copiaba el historial de los navegadores, extraía los documentos Excel, World y PDF que pudieran haber. En suma, una aspiradora sigilosa que canaliza lo extraído hacia una serie de servidores ocultos en donde se examina la información recaudada.

No solo eso, según los especialistas, “Octubre rojo” también está atento a las memorias USB y a los discos portátiles, con un añadido importante, no se limita a la copia sino que ¡hasta recupera los archivos que sus dueños han eliminado!

El origen de este programa no parece ser una nación, como sí se afirma ocurre con el famoso malware Stuxnet (que se especializaba en máquinas enriquecedoras de Uranio en Irán), sino más bien en un grupo “freelance” que apunta de una manera muy calculada a objetivos particulares y de “alto perfil” a quienes se dirigía un ejemplar único de este software. Así es, cada recipiente tenía el honor de tener su propio Octubre hecho a la medida.

Sin duda estamos ante una gran guerra silenciosa, sin fronteras y sin un fin cercano. Sus jugadores y posibles víctimas somos todos aquellos que compartimos orillas en el enorme océano digital. Para los particulares una solución radical, como desconectarnos de la red, no es siquiera un camino posible.

Publicado en: Sci & Tech

¿Cómo fue el primer alunizaje?

4 septiembre, 2012 by Giuseppe Albatrino

      La próxima vez que alguien aterrice en la Luna, empleará un par de botones. No dudo que las computadoras harán el resto. La adrenalina, esa digna de las películas, quedará para lo que hicieron, cuarenta años atrás, los astronautas del Apollo. Estos condujeron aquella compleja criatura de quince toneladas, cientos de botones, interruptores, luces e instrumentos analógicos, llamada Módulo Lunar.
      A pesar de ser una de las máquinas más hermosas jamás construidas, el Módulo Lunar tenía importantes limitaciones propias de la tecnología de la época. Dado que se necesitaba ahorrar peso, no llevaba sillas y las dos ventanas que deberían servir parar mirar el paisaje selenita eran ridículamente pequeñas, justo a raíz de esto. El combustible era limitado y la pesada computadora, de respetables 32 kg, no era el apoyo que uno esperaría tener hoy en día… por ello no es de sorprender que, simplemente, Neil Armstrong no la tuviera fácil aquel Julio de 1969, como tampoco las seis misiones que le siguieron.
      El alunizaje del Apollo 11 tuvo importantes problemas, y solo la sangre fría de su comandante, típica de un piloto de pruebas, pudo superarlos. Para empezar, la antes mencionada computadora se saturó en pleno descenso, no una sino repetidas veces. Esta recibía información del radar de a bordo, calculaba la tasa de descenso y ayudaba en la navegación, sin embargo, un sobreflujo de información (la máquina recibía más datos de los que podía procesar) hizo que se reiniciara (como lo haría el Windows, digamos), no sin antes enviar repetidas alarmas a los dos hombres a bordo. Imaginen esto: el potente motor cohete vibra encendido bajo sus pies, la Luna se va acercando mientras una alarma te indica que la computadora no va del todo bien.
      Luego, cuando Armstrong observa la ventanilla, nota que la ruta de descenso lo está llevando a donde hay enormes rocas con las que impactaría. En ese entonces no había Google Moon, ni la NASA tenía imágenes de alta resolución de la Luna, por lo que al momento del entrenamiento o de la planificación, no contaron con mapas tan precisos como los que podríamos descargar de la Inernet. Por ello, el comandante tuvo que improvisar y redirigir la nave, suspendiéndola como un helicóptero, para sobrevolar un cráter.
      La labor de Buzz Aldrin era la de recitar los datos de descenso, entre ellos, cuánto combustible quedaba a bordo. Así, mientras cambiaban el curso, fue el primero en notar que les quedaba muy poco, tras lo cual se apagaría el motor y caerían desde varios metros de altura, sin poder planear como lo harían en un avión en la Tierra. Con todo, y para los que sabemos la historia, llegaron a posarse sobre la superficie con combustible suficiente para menos de 30 segundos. Una cantidad ínfima. Aún así, fue el aterrizaje el más suave de todos los efectuados en la Luna, esto debido a que – nadie es perfecto – olvidaron apagar el motor en el momento preciso.
      Estoy seguro que alguna vez volveremos a aquel mundo, visitado cuando la humanidad tenía la mitad de habitantes que ahora, se escuchaban LPs y la mayoría de televisores eran a Blanco y Negro. Contaremos con medios muchos más avanzados. Me pregunto si para entonces, algún aventurero algo loco, querrá desempolvar las naves de los museos y hacerlo a la “antigua”.

Publicado en: Sci & Tech, Vivencias y Opinión Etiquetado como: Apollo

¿La supremacía del más fuerte?

6 septiembre, 2011 by Giuseppe Albatrino

“Nature is amoral, not immoral...”
Stephen Jay Gould

      Hace poco, un compañero en búsqueda de anécdotas para su clase de innovación empresarial, me preguntó sobre Darwin y “esto de la supervivencia”. No me fue difícil adivinar por donde iba, por décadas se ha tomado, erróneamente, el trabajo del naturalista inglés para justificar desde la indolencia del libre mercado hasta el racismo exterminador. En teoría, si en la naturaleza los fuertes son los que sobreviven, ¿por qué no en la sociedad o en los negocios? Esto no solo es peligroso, sino que tiene poco que ver con el concepto de Evolución.

      La selección natural, favorece a los más aptos (no se emplea el término “fuertes”), es un proceso ciego, no sistemático, en que interviene mucho el azar. Un ejemplo clásico que la ilustra, es el «caso de las mariposas de Manchester”, observadas en el siglo XIX. Estas visitantes de los abedules, de troncos claros, gracias a sus alas blancas y moteadas de gris, escapaban de la vista de sus depredadores, hasta que… llegó la revolución industrial, y con ella la contaminación. Al volverse los árboles oscuros, se convirtieron en un festín visible para los pájaros que se alimentaban de ellas.
      Sin embargo, como siempre ocurre con toda especie, no todos los ejemplares son iguales, así que las mariposas que eran más oscuras empezaron a tener mayores oportunidades para sobrevivir y reproducirse. En el lapso de apenas cincuenta años, ¡el 99% de las mariposas del abedul pasaron a ser grises!, mientras las que tenían los atributos anteriores, y abundaban, no sobrevivieron, por no ser “aptas” ante las nuevas circunstancias.

      A diferencia nuestra, que podemos tener un gusto personal por uno u otro tipo de mariposa, la naturaleza no tiene una meta o preferencia que la dirija. Tampoco las mariposas eligieron ser de tal forma o color, o vivir en aquel lugar y momento. Los eventos, simplemente, se dieron.

      Uno de los primeros en “extender” las ideas del gran investigador fue el filósofo Herbert Spencer, quien las llevó al campo social, pero, Darwin creía que estos aportes no contenían ningún valor científico. Luego, se propagaron aún más variantes de las ideas de Spencer que parecen querer justificar cualquier acto en que debe acabarse con el más débil. El problema es que, no solo esto es ajeno a la ciencia, sino que si bien la naturaleza es amoral, el hombre no tiene por qué serlo.

Publicado en: Sci & Tech Etiquetado como: ciencia

Un ascensor al espacio exterior

14 julio, 2011 by Giuseppe Albatrino

      Cuenta William Shelton en su libro la “Historia de Cabo Cañaveral”, que en los años 50 era común que los lanzamientos terminaran en frustrantes bolas de fuego. Los cohetes tenían la odiosa costumbre de explotar, frustrando terriblemente a sus constructores. Pero cuando las cosas salían bien y el majestuoso aparato perforaba el cielo dejando una victoriosa estela, continúa Shelton. Algunas de las mujeres invitadas no podían reprimir las lágrimas, conmocionadas por el impresionante espectáculo de fuerza y energía. Un espectáculo que era totalmente nuevo por aquel entonces.

      Pocas cosas han cambiado de la tecnología de esa época. Aún se necesitan enormes motores que consumen los grandes tanques de combustible. Tras cuarenta décadas de uso, este ruidoso tipo de máquinas estarán aún un buen tiempo más con nosotros, quienes solo podemos soñar con otros medios más cómodos para alcanzar el espacio; uno de mis favoritos, extraídos de la ficción es el ascensor espacial. Uno como el que es parte importante del libro de Arthur C. Clarke, “Fuentes del Paraíso” (1979), premiada con el prestigioso Hugo.

      Imaginemos una torre lo bastante alta como para que pueda conectarse a un satélite en órbita, mismo que funcionaría como una estación o puerto espacial. En la base, nos montamos a un ascensor que en cuestión de horas nos llevaría al negro vacío del espacio. Si bien actualmente nos tardamos unos doce minutos en hacerlo, los pasajeros que lo logran se llaman astronautas y son sometidos a un frenético y peligrosísimo viaje; aquí estamos ante una escalada más gentil.

      Tamaña estructura solo ha sido manejada en la ficción, y seguramente lo será por un par de siglos dado que construir una edificación de más de 33000 metros equivaldría a un gigantesco esfuerzo para el cual aún no se cuenta con el conocimiento necesario, a diferencia de la novela en donde el Ingeniero en Jefe, Vannevar Morgan, ya había diseñado para el “Gobierno Mundial” un puente en el estrecho de Gilbratar y en donde el hombre podría controlar climas locales de manera que la estabilidad de la Torre no sea vea en lo posible comprometida por huracanes o tifones.
      Morgan se ayuda de un hiperfilamento que lleva siempre una pequeña cantidad; se trata de un fino hilo de apenas átomos de ancho, un cristal de diamante continuo capaz de cargar 200 Kg, el cual se convierte en parte vital de la estructura. Un precursor lejano del mismo podría ser el acero amorfo, el cual dispone de una disposición molecular desordenada y soporta 20 veces más tracción que el acero común.
      Aunque parezca curioso, la idea que popularizó Clarke (entre los aficionados a la ciencia ficción, al menos) fue planteada por primera vez por un ingeniero de Leningrado, Y.N. Artustanod, en un artículo publicado en 1960. Hoy en día es el tema de varios libros, tesis doctorales, talleres y concursos de ingeniería. ¿Quién sabe?, con suerte algún día, los estruendosos cohetes no se emplearán en nuestros cielos, sino que para llevar hombres al espacio profundo.

Publicado en: Sci & Tech

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