El granjero y su hija contemplan la escena con temor: un hombre en traje anaranjado con un enorme casco blanco acaba de caer cerca de ellos. No hay ningún avión en las cercanías, la guerra ha terminado años atrás y, usualmente, las personas no caen así del cielo. El hombre, cuya sonrisa se hará mundialmente famosa, les dice que no tengan miedo, es soviético, acaba de regresar del espacio y… ¡necesita un teléfono para llamar a Moscú!… Aquella mañana del 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin entraba en los libros de historia, pero pasarían horas para que lo recogieran del apartado lugar al que había llegado tras saltar de la Vostok 1.
Cincuenta años después del primer vuelo tripulado, solo tres naciones tienen la capacidad de hacerlo, y ello no hace más que ensalzar la hazaña de lograrlo con la tecnología de aquel entonces. Montarse en un cohete de unos 30 metros de alto (unos nueve pisos), totalmente cargado de combustible explosivo, para ser llevado a la órbita requiere de mucho valor, más aún si nadie más lo ha realizado antes. Gagarin pavimentó el camino, que inició con la vibración de su impulsor por más de diez minutos, seguido por unos cien de contemplar la Tierra como solo él pudo hacerlo.
En las numerosas fotografías suyas que podemos encontrar, destaca la mencionada sonrisa, pero es difícil adivinar que el seguro hombre detrás de ella mide apenas 1.57 metros, lo suficiente para acomodarlo en la pequeña cápsula, que esférica y resistente, lo llevó a experimentar la ingravidez negra del espacio. El teniente de la fuerza aérea, hijo de trabajadores de las granjas colectivas, debió pasar por durísimas pruebas sicológicas y físicas para merecer tal cupo, a través de un largo proceso de selección, en el que supo ganarse el respeto de sus compañeros quienes en su mayoría lo eligieron como el mejor para la misión.
Su fama se extendió por todo el planeta, que había podido ver desde trecientos kilómetros de altura, y el politburó le permitió viajar por una serie de países que lo aclamó como el héroe que era. Conscientes de su popularidad, y de manera semejante a lo que le sucedió al astronauta John Glenn (el primer norteamericano en órbita), se le prohibieron los vuelos al espacio por lo que decidió recalificarse como piloto, papel en el que murió cuando el Mig en el que viajaba, sufrió un accidente, apenas siete años después del Vostok 1. El aviador que llevaba dentro no quiso quedarse atado a un escritorio, limpiando sus medallas y recordando anécdotas de aquel día especial, prefirió simplemente volar.