La próxima vez que alguien aterrice en la Luna, empleará un par de botones. No dudo que las computadoras harán el resto. La adrenalina, esa digna de las películas, quedará para lo que hicieron, cuarenta años atrás, los astronautas del Apollo. Estos condujeron aquella compleja criatura de quince toneladas, cientos de botones, interruptores, luces e instrumentos analógicos, llamada Módulo Lunar.
A pesar de ser una de las máquinas más hermosas jamás construidas, el Módulo Lunar tenía importantes limitaciones propias de la tecnología de la época. Dado que se necesitaba ahorrar peso, no llevaba sillas y las dos ventanas que deberían servir parar mirar el paisaje selenita eran ridículamente pequeñas, justo a raíz de esto. El combustible era limitado y la pesada computadora, de respetables 32 kg, no era el apoyo que uno esperaría tener hoy en día… por ello no es de sorprender que, simplemente, Neil Armstrong no la tuviera fácil aquel Julio de 1969, como tampoco las seis misiones que le siguieron.
El alunizaje del Apollo 11 tuvo importantes problemas, y solo la sangre fría de su comandante, típica de un piloto de pruebas, pudo superarlos. Para empezar, la antes mencionada computadora se saturó en pleno descenso, no una sino repetidas veces. Esta recibía información del radar de a bordo, calculaba la tasa de descenso y ayudaba en la navegación, sin embargo, un sobreflujo de información (la máquina recibía más datos de los que podía procesar) hizo que se reiniciara (como lo haría el Windows, digamos), no sin antes enviar repetidas alarmas a los dos hombres a bordo. Imaginen esto: el potente motor cohete vibra encendido bajo sus pies, la Luna se va acercando mientras una alarma te indica que la computadora no va del todo bien.
Luego, cuando Armstrong observa la ventanilla, nota que la ruta de descenso lo está llevando a donde hay enormes rocas con las que impactaría. En ese entonces no había Google Moon, ni la NASA tenía imágenes de alta resolución de la Luna, por lo que al momento del entrenamiento o de la planificación, no contaron con mapas tan precisos como los que podríamos descargar de la Inernet. Por ello, el comandante tuvo que improvisar y redirigir la nave, suspendiéndola como un helicóptero, para sobrevolar un cráter.
La labor de Buzz Aldrin era la de recitar los datos de descenso, entre ellos, cuánto combustible quedaba a bordo. Así, mientras cambiaban el curso, fue el primero en notar que les quedaba muy poco, tras lo cual se apagaría el motor y caerían desde varios metros de altura, sin poder planear como lo harían en un avión en la Tierra. Con todo, y para los que sabemos la historia, llegaron a posarse sobre la superficie con combustible suficiente para menos de 30 segundos. Una cantidad ínfima. Aún así, fue el aterrizaje el más suave de todos los efectuados en la Luna, esto debido a que – nadie es perfecto – olvidaron apagar el motor en el momento preciso.
Estoy seguro que alguna vez volveremos a aquel mundo, visitado cuando la humanidad tenía la mitad de habitantes que ahora, se escuchaban LPs y la mayoría de televisores eran a Blanco y Negro. Contaremos con medios muchos más avanzados. Me pregunto si para entonces, algún aventurero algo loco, querrá desempolvar las naves de los museos y hacerlo a la “antigua”.