Cuando en los años ochenta se emitió la serie televisiva Cosmos, Carl Sagan (autor del libro sobre el cual se basa) la subtituló “un viaje personal”. Y es que este siempre ha sido su estilo en todo lo que publicó: explicar con una voz propia y reconocible lo sorprendente que es el Universo.
Este viaje personal alrededor del libro no es un monopolio de Sagan. Su obra ha logrado que millones de personas nos interesemos en las estrellas, la vida en otros mundos, la exploración espacial y un sinfín de temas de la mano del método más elegante para conocerlos, la ciencia. Este ha sido mi caso, con una pincelada adicional que viene de la mano de mi padre y que hoy, que se acaba de estrenar la nueva versión de la serie, me complace recordar.
Sería el año ochentaicinco cuando él acostumbraba regresar los viernes a Lima, tras trabajar toda la semana en el Sur. En uno de sus retornos, tras unas cuatro horas de camino, en vez de quedarse en casa, me dice que quiere que lo acompañe a ver algo que puede interesarme, así que fuimos en la camioneta hasta la curva que se forma cuando la avenida La Marina cruza la Brasil. Entramos a una sanguchería en donde había comprado uno de hot dog camino a casa, y le pide al señor que atiende que me muestre algo. Este saca un libro que había estado leyendo, gordo, alto y lleno de imágenes de todo tipo. Enormemente atractivo en su presentación, como solo los libros físicos pueden serlo. Lo hojeé y mi papá me preguntó si me gustaría tener uno así. Le dije que sí y, al poco tiempo, por Navidad lo tuve entre mis manos.
Mi papá nunca ha sido de muchas lecturas, pero siempre ha valorado el que yo lea, así que no solo estaba atento a aquello que podía interesarme sino que invirtió tiempo y esfuerzo en conseguirme aquel libro que vio por primera vez en un mostrador camino a casa.
Aquella Navidad, al romper el papel regalo pensé que tras estudiar sus cientos y cientos de páginas, lo sabría todo. ¡Qué iluso se puede ser a los once años! Sin embargo, lo que aprendí fue que “allá afuera” hay demasiadas cosas por aprender y admirar, demasiadas cosas por las cuales sorprendernos y que la ciencia, es decir, la exploración, la validación de los hechos, la posibilidad de decir me equivoqué y el rechazo a los dogmas, es una gran amiga.
Así que Cosmos no es solo la jornada personal de Sagan, es también la mía por el libro mismo y por el amoroso gesto de mi padre.