Está circulando un bello vídeo de la Universidad de Stanford que en un inicio podría ser tomado como parte de un reality show, de los cientos que existen. Un señor oriental habla a la cámara diciendo que va a darle una noticia a un tal profesor Andrei Linde… Lo que sigue es muy emocionante, porque al momento de llegar a su puerta y decirle el resultado de unas mediciones (“It’s five sigma at point two”) acaba de confirmarle que su teoría tenía razón.
La emoción del físico Linde y su esposa es palpable, y no es para menos. Estamos ante un «momento eureka”: de experimental podemos confirmar algo que la ciencia creía y con ello el Universo se hace un poco más conocido que ayer, un poquito menos misterioso. En este caso, hablamos de los primeros instantes tras la explosión que dio origen al Cosmos, el Big Bang.
Este vídeo (que pueden verlo aquí). trajo a mi memoria la narración que el ganador del Nobel Richard Feynman hace de cuando se dio cuenta de que había encontrado la respuesta a otro problema científico en su campo de estudio (mecánica cuántica). Aquella solitaria noche tomó con
ciencia de que, en todo el planeta, él era la única persona que sabía la respuesta a un misterio cósmico cuya respuesta era perseguida por colegas en todas partes del mundo. ¿Cómo no emocionarse con ello?
Más allá de explicar la parte científica que conlleva el hallazgo de Linde, quisiera hoy compartir la fascinación que me causa el método científico. Una hipótesis no puede ser aceptada como un hecho hasta que haya sido puesta a prueba y validada por más difícil que sea e incluso, en esos casos, siempre pueda estar sujeta a revisión. Recordemos, por ejemplo, cómo recientemente unas mediciones, realizadas en laboratorios europeos, mostraron partículas que al parecer viajaban más rápido que la luz, esto en contra de lo que se ha sabido desde Einstein. Lejos de invocar el nombre del científico o las decenas de papers que hay al respecto, la comunidad científica aguardó a tener más información.
Ante esto, ¿cómo no emocionarnos con Linde?.