Luego de unas breves vacaciones, este fin de semana nos reencontraremos con nuevos posts: crónicas sobre los bonitos días pasados en New York.
Vivencias y Opinión
¿Cómo fue el primer alunizaje?
La próxima vez que alguien aterrice en la Luna, empleará un par de botones. No dudo que las computadoras harán el resto. La adrenalina, esa digna de las películas, quedará para lo que hicieron, cuarenta años atrás, los astronautas del Apollo. Estos condujeron aquella compleja criatura de quince toneladas, cientos de botones, interruptores, luces e instrumentos analógicos, llamada Módulo Lunar.
A pesar de ser una de las máquinas más hermosas jamás construidas, el Módulo Lunar tenía importantes limitaciones propias de la tecnología de la época. Dado que se necesitaba ahorrar peso, no llevaba sillas y las dos ventanas que deberían servir parar mirar el paisaje selenita eran ridículamente pequeñas, justo a raíz de esto. El combustible era limitado y la pesada computadora, de respetables 32 kg, no era el apoyo que uno esperaría tener hoy en día… por ello no es de sorprender que, simplemente, Neil Armstrong no la tuviera fácil aquel Julio de 1969, como tampoco las seis misiones que le siguieron.
El alunizaje del Apollo 11 tuvo importantes problemas, y solo la sangre fría de su comandante, típica de un piloto de pruebas, pudo superarlos. Para empezar, la antes mencionada computadora se saturó en pleno descenso, no una sino repetidas veces. Esta recibía información del radar de a bordo, calculaba la tasa de descenso y ayudaba en la navegación, sin embargo, un sobreflujo de información (la máquina recibía más datos de los que podía procesar) hizo que se reiniciara (como lo haría el Windows, digamos), no sin antes enviar repetidas alarmas a los dos hombres a bordo. Imaginen esto: el potente motor cohete vibra encendido bajo sus pies, la Luna se va acercando mientras una alarma te indica que la computadora no va del todo bien.
Luego, cuando Armstrong observa la ventanilla, nota que la ruta de descenso lo está llevando a donde hay enormes rocas con las que impactaría. En ese entonces no había Google Moon, ni la NASA tenía imágenes de alta resolución de la Luna, por lo que al momento del entrenamiento o de la planificación, no contaron con mapas tan precisos como los que podríamos descargar de la Inernet. Por ello, el comandante tuvo que improvisar y redirigir la nave, suspendiéndola como un helicóptero, para sobrevolar un cráter.
La labor de Buzz Aldrin era la de recitar los datos de descenso, entre ellos, cuánto combustible quedaba a bordo. Así, mientras cambiaban el curso, fue el primero en notar que les quedaba muy poco, tras lo cual se apagaría el motor y caerían desde varios metros de altura, sin poder planear como lo harían en un avión en la Tierra. Con todo, y para los que sabemos la historia, llegaron a posarse sobre la superficie con combustible suficiente para menos de 30 segundos. Una cantidad ínfima. Aún así, fue el aterrizaje el más suave de todos los efectuados en la Luna, esto debido a que – nadie es perfecto – olvidaron apagar el motor en el momento preciso.
Estoy seguro que alguna vez volveremos a aquel mundo, visitado cuando la humanidad tenía la mitad de habitantes que ahora, se escuchaban LPs y la mayoría de televisores eran a Blanco y Negro. Contaremos con medios muchos más avanzados. Me pregunto si para entonces, algún aventurero algo loco, querrá desempolvar las naves de los museos y hacerlo a la “antigua”.
Adiós, Neil Armstrong
I am, and ever will be, a white socks, pocket protector, nerdy engineer. And I take a substantial amount of pride in the accomplishments of my profession.” Neil Armstrong
Siempre tuve la secreta esperanza de estrechar la mano de Neil Armstrong. Quizá, pensaba de forma ilusa, sería posible que en alguna de esas reuniones de astronautas del Apollo, pudiera hacer acto de presencia, como lo hacen otros caminantes lunares menos reservados que él. También creía que, tal como algunos de mis abuelos, aquel hombre superaría la barrera de los noventa años. Tras la noticia de su muerte, ocurrida ayer, es claro que nada de esto será posible.
Lo sé, hablamos de un hombre, mortal como todos, pero lo que ha fascinado al mundo es lo que simboliza: simplemente, de aquí a mil años, cuando se piense en el siglo pasado, una de las primeras cosas a recordar será que, por primera vez en su historia, un representante de la humanidad puso un pie sobre otro mundo, aquel Julio de 1969. Recordarán las primeras palabras, entrecortadas y hasta tímidas, de la persona que encarna tal logro.
Pero, además, Armstrong tenía características propias de un ser humano especial. Fue un héroe renuente, que siempre pensó que lo que hacía no era más que su trabajo.
En nuestras sociedades, que rinden tributo a las celebridades, podría haber hecho uso de su fama para lograr grandes réditos como algunos de sus compañeros que, por ejemplo, cobran por autógrafos. Sin embargo, luego del Apollo 11, en lugar de buscar algún puesto político o un cargo en una de las muchas oficinas de la NASA, volvió a su estado natal como profesor universitario. En el camino, rechazó propuestas de universidades más grandes, explicando que sus estudios no aplicaban al puesto que gentilmente le proponían.
Esa modestia lo acompañó antes y luego de su famosa misión, a pesar de sus enormes habilidades y una calma legendaria que le salvaría la vida en un par de ocasiones. Nadie le recuerda alguna fanfarronería propia de pilotos. A las pocas horas de casi matarse a bordo de un entrenador del módulo lunar, ya estaba en su oficina trabajando como si nada extraordinario le hubiera sucedido o, el día que posó su nave en la Luna, lo hizo en medio de alarmas de la computadora, con poco combustible, a pesar de las enormes piedras en la zona de aterrizaje sin que perdiera el control de la situación.
Luego de su misión, alcanzó el éxito en los negocios y se convirtió en líder comunitario en su tierra natal. Participó en el panel investigador de la tragedia del Challenger y siempre fue un impulsor de los vuelos espaciales.
Han pasado más de cuarenta años desde que plantara aquellas huellas en el mar de la Tranquilidad, las mismas que hoy deben permanecer inalteradas, junto a la de sus compañeros. Motivo suficiente para que la próxima noche que la Luna nos sonría, recordemos que representantes de nuestra especie estuvieron allí inspirando a nuestra imaginación y para que, tal como lo sugiere su familia, le demos un guiño saludando al primero de ellos.
God speed, Neil Armstrong
Anotaciones desde Quito (fotos curiosas)
Como en todo viaje, siempre hay cosas curiosas y difíciles de clasificar para el espectador. Pueden ser simples carteles, vehículos extraños, nombres de locales…que por su humor, rareza o simple atracción nos hacen querer capturarlos en la cámara. (Hacer clic aquí, para ver fotos curiosas de un viaje previo)
En el restaurante «Vista Hermosa», ubicado en el mismo centro histórico, encontré este magnífico afiche en que se parafrasea una cita de la película El Padrino. Aquí el comilón Marlon Brando nos hará una pizza que más vale no rechacemos.
En el mismo lugar, encontramos esta antigua gasolinera, que por su estado de conservación me pareció digna de algún programa del cable. (¿ Alguien ve «Los Restauradores» o «El precio de la historia»?)
Ya por la caminata por el centro histórico, me encontré con este camión que por un momento me hizo pensar que los músicos clásicos de Quito conforman una unidad S.W.A.T., dispuesta a viajar en un santiamén para brindar sus servicios.
En el segundo piso de la Basílica del Voto Nacional se encuentra este enorme órgano traído desde la bella Italia, cerca del año 1910. No me difícil es suponer que lo subieron por partes, que lo introdujeron por la ventana exterior, y que el constructor italiano o su personal ayudaron con el armado. Más o menos, como instalar un servidor en una empresa.
En las afueras de Quito, en el patio del ‘Templo del Sol’ encontré a esta escultura tallada en madera. Me sentí atraído hacia ella, y mientras me le acercaba notaba que no dejaba de mirarme y posar para mí.
Me encantan los carteles curiosos. Este es uno de ellos, encontrado en la cima del teleférico en las afueras de la ciudad. Para los que no hablan inglés o español, el mensaje sigue siendo claro: «Si no quieres un dolor de cabeza, cuídate de no ser golpeado por el teleférico»
Anotaciones desde Quito (Mindo)
A ochenta kilómetros al norte de Quito queda la región de Mindo, a donde se llega tras un par de horas desde la capital, en un recorrido que va en descenso y en el que el clima y la vegetación van cambiando conforme se avanza en el sinuoso camino, flanqueado por hermoso follaje verde. Si tuviese que elegir una palabra para describir la zona, esta sería «verdor». Por donde quiera que uno mirase esto es lo que prevalecía, en todos los matices y grados, un saludo a la vida natural que a la vez enmarca diversas variedades de aves y flores.
Como habitante de la gigantesca y siempre gris Lima, es una sorpresa saber que otros capitalinos pueden coger un vehículo y llegar en poco tiempo no a un Mall (o templo equivalente), no a un restaurante campestre (al que llamamos visita al campo) sino a una verdadera reserva ecológica en donde se pueden realizar actividades poco habituales para cualquier persona citadina (¡Gracias Milton, y familia por la oportunidad!).
En los días previos al paseo, mi amigo Milton me envió algunos enlaces sobre el lugar para que vea lo que allí podría hacerse; siendo una semana laboral complicada, lo que se quedó en mi mente tras un rápido hojeo de lo recibido fue un collage de imágenes con gente usando casco, una balsa atravesando el río y … verdor. Dado que he ascendido innumerables cerros, visitado el campo de en vez en cuando y hecho canotaje en Lunahunaná, en mi mente no se encendió ninguna alarma. Al parecer, mi generoso cerebro obvió las fotos de gente colgada sobre copas de árboles.
En pleno trayecto, Milton nos preguntó qué nos gustaría hacer. Como no había llevado zapatillas a Quito (si bien compré unas sandalias estas no se me acomodaron muy bien), dije algo como «No he traído zapatillas, así que preferiría no tener que mojarme» con lo cual, sin querer, abrí la puerta a lo ofrecido en las fotos no vistas… algo sobre andar en cables sobre el vacío. Dado que a diferencia de muchos árabes en occidente, creo esto de «a donde fueres haz lo que vieres», no pensé en negarme a la oportunidad, asumí lo que vendría y viví la experiencia con los ojos bien abiertos (o eso creo).
El Canopy (que es lo que se ve en la foto superior) consiste en cruzar un largo trecho de terreno colgado por una polea sujeta a un cable de metal. Para ello, te vistes con un casco, arneses y un pesado guante a cuyos dedos han adherido una fuerte pieza de metal; esto es para que uno pueda sujetar el cable en pleno viaje. Pagamos por 13 recorridos (habían opciones por menos trayectos, pero…), tras la breve explicación bilingüe de los guías, la docena formada para la ocasión (que incluía turistas americanos) empezamos el recorrido. Hay secciones rápidas y lentas y si uno gusta, puede ir ya no solo sino con uno de los instructores que te ayudará a viajar de formas más acrobáticas, en el sentido de que te libera ambas manos para que no las uses en equilibrarte o frenar, sino para que vayas de cabeza o como discípulo de Superman con los brazos estirados y buscando a Louis Lane en el suelo.
Tras cada intervalo, uno debe caminar por la montaña hasta el siguiente punto de anclaje, lo cual es un excelente modo de hacer ejercicio y sudar un poco, para lo cual hay bidones de agua con sus grifos acomodados en la ruta (algo con lo que no se cuenta en cualquier jungla) . La experiencia fue buenísima e intensa y se da en bloques de medio minuto: en cada caída sientes el aire en el rostro, el ruido constante de la polea a girar, ves árboles a ambos lados del camino y crees que quieren rozarte las piernas que van colgando, si bajas la mirada te saludan los cuarenta metros que te separan del suelo, si ves al frente aparece la meta que va aumentando de tamaño (y te preguntas cómo te pararán sin que te vayas de bruces contra la estación), si ves tus manos, una estará detrás de la cabeza ayudándote a equilibrarte y la otra sobre la correa, y si ves a tu equipo notarás que lo único que contrarresta la acción de la gravedad es la misma correa que deseas no haya sido hecha en China.
Pero Mindo ofrece más que situaciones para conversiones religiosas. Al deporte de aventura se le suman diversos hospedajes, restaurantes y un pueblito de dos mil personas. Aquellos peleados con la civilización, o que al menos quieren tomar un respiro de ella, también pueden adentrarse en el bosque para acampar, visitar las cataras o admirar la enorme variedad de vida que en el moran.
En suma, por su tranquilidad y belleza estamos ante un lugar de ensueño, de esos que desde tu escritorio con la laptop y el televisor prendido hacen que te preguntes: ¿realmente hay un lugar así?
Próxima entrega: Anotaciones desde Quito (ciudad)
Retomando el blog
Después de tiempo, y espero que algunos hayan notado la ausencia, retomo el blog en lo que han sido tres meses de pausa. No ha sido un alejamiento del procesador de textos, por el contrario, como nunca antes he escrito de corrido una serie de historias que clamaban en mi cabeza por dar a luz, un conjunto de relatos que han versado con taxistas, controladores aéreos, cuidadores de museo yen fin, con suerte en algún momento los conocerán.
Escribir ficción me es un ejercicio sumamente placentero y una experiencia distinta a la de elaborar los acostumbrados posts, biografías o artículos que he tenido oportunidad de publicar, por la libertad que confiere crear los personajes o eventos que se narran en lugar de ser un intérprete o consumidor de las mismas. Por ello me siento tan contento que, además de la recompensa de compartir mis historias entre amigos, pueda ver mañana publicado “Houston, hay alguien allí”, un cuento en el que exploro lo sobrenatural de la mano de un par de astronautas que caminan en el terreno más hostil jamás visitado.
Queda ver como repartiré mi tiempo con este, mi querido blog, de manera que pueda seguir comentando y opinando a través de esta ventana, a la vez que continúo con los varios proyectos de escritura en los que actualmente estoy involucrado (por ejemplo, tengo ya en agenda revisar para ustedes un par de obras de teatro en cartelera que acabamos de ver).
Por lo pronto, espero que los que compren mañana mi historia en los quioscos de periódico, la disfruten tanto como yo al escribirla y que, si gustan, me hagan llegar sus comentarios por medio de esta humilde página.