I am, and ever will be, a white socks, pocket protector, nerdy engineer. And I take a substantial amount of pride in the accomplishments of my profession.” Neil Armstrong
Siempre tuve la secreta esperanza de estrechar la mano de Neil Armstrong. Quizá, pensaba de forma ilusa, sería posible que en alguna de esas reuniones de astronautas del Apollo, pudiera hacer acto de presencia, como lo hacen otros caminantes lunares menos reservados que él. También creía que, tal como algunos de mis abuelos, aquel hombre superaría la barrera de los noventa años. Tras la noticia de su muerte, ocurrida ayer, es claro que nada de esto será posible.
Lo sé, hablamos de un hombre, mortal como todos, pero lo que ha fascinado al mundo es lo que simboliza: simplemente, de aquí a mil años, cuando se piense en el siglo pasado, una de las primeras cosas a recordar será que, por primera vez en su historia, un representante de la humanidad puso un pie sobre otro mundo, aquel Julio de 1969. Recordarán las primeras palabras, entrecortadas y hasta tímidas, de la persona que encarna tal logro.
Pero, además, Armstrong tenía características propias de un ser humano especial. Fue un héroe renuente, que siempre pensó que lo que hacía no era más que su trabajo.
En nuestras sociedades, que rinden tributo a las celebridades, podría haber hecho uso de su fama para lograr grandes réditos como algunos de sus compañeros que, por ejemplo, cobran por autógrafos. Sin embargo, luego del Apollo 11, en lugar de buscar algún puesto político o un cargo en una de las muchas oficinas de la NASA, volvió a su estado natal como profesor universitario. En el camino, rechazó propuestas de universidades más grandes, explicando que sus estudios no aplicaban al puesto que gentilmente le proponían.
Esa modestia lo acompañó antes y luego de su famosa misión, a pesar de sus enormes habilidades y una calma legendaria que le salvaría la vida en un par de ocasiones. Nadie le recuerda alguna fanfarronería propia de pilotos. A las pocas horas de casi matarse a bordo de un entrenador del módulo lunar, ya estaba en su oficina trabajando como si nada extraordinario le hubiera sucedido o, el día que posó su nave en la Luna, lo hizo en medio de alarmas de la computadora, con poco combustible, a pesar de las enormes piedras en la zona de aterrizaje sin que perdiera el control de la situación.
Luego de su misión, alcanzó el éxito en los negocios y se convirtió en líder comunitario en su tierra natal. Participó en el panel investigador de la tragedia del Challenger y siempre fue un impulsor de los vuelos espaciales.
Han pasado más de cuarenta años desde que plantara aquellas huellas en el mar de la Tranquilidad, las mismas que hoy deben permanecer inalteradas, junto a la de sus compañeros. Motivo suficiente para que la próxima noche que la Luna nos sonría, recordemos que representantes de nuestra especie estuvieron allí inspirando a nuestra imaginación y para que, tal como lo sugiere su familia, le demos un guiño saludando al primero de ellos.
God speed, Neil Armstrong