Las manos temblorosas del viejito me cogieron por el hombro y me indicaron que me pusiera donde me señalaba. Estábamos en la primera cubierta del portaaviones Intrepid. Acababa de ver un aparato que usan para guiar los aterrizajes y pensé que quizá me le había acercado demasiado. Nada de eso. Tan solo quería explicarnos como es que se utilizaba aquella máquina, básicamente un espejo flanqueado por faros de colores, desde una “X” pintada en el piso del museo para tales ocasiones.
No hay nada que hacer. La experiencia en el Intrepid es sumamente interactiva, y no solo porque a uno lo acomoden para ver luces de aterrizaje, sino que el lugar es en sí mismo, una auténtica nave de guerra que peleó en la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea y recogió un par de astronautas (que como ya saben, es uno de mis temas favoritos). Es un lugar histórico, y la oportunidad de recorrer sus distintas áreas abiertas es única, dado que en el mundo no deben de existir más de quince portaaviones funcionando y muchos menos adaptados como museos. A través de sus cubiertas, uno puede ver los ambientes en el que miles de marinos vivieron e incluso el lugar en el que varios murieron en un ataque kamikaze.
La primera cubierta viene a ser el hangar y se encuentra inmediatamente debajo de la pista de aterrizaje, o cubierta de vuelo. Aquí se guardaban y mantenían las aeronaves, que podían llegar a las cien. Al ver los más de 250 metros de largo que ocupa, uno piensa que bien podría estar parado sobre cemento y en tierra firme. Encontramos helicópteros que pelearon en Corea, una réplica de la nave espacial Mercury Aurora 7 (monoplaza de inicios de los 60) así como una cápsula Soyuz. También hay varios juegos interactivos orientados a mostrar cómo un portaaviones flota de forma balanceada, cómo se trabaja en el espacio o distintas cabinas a las que uno puede subirse y sentirse piloto por un rato, incluyendo la de una nave espacial Géminis en la cual juro que, de no haber habido más gente, podría haberme quedado horas. Es más, estoy pensando en construirme una así en casa.
Desde la primera cubierta puede irse hacia la cubierta de vuelo o a las inferiores. Son dos distintas muestras, porque en la de vuelo es donde se han colocado diversos modelos de aeroplanos que no necesariamente formaron parte de la vida del Intrepid mientras que en las inferiores uno puede conocer hasta los camarotes en donde dormían.
Vayamos a ver los aviones primero, en la cubierta de vuelo. Para los fanáticos será fácil reconocer aquellas maravillas del ingenio humano, como el avión espía A-12. Todo negro, de casi veinte metros de largo, casi todo él formado por sus dos aparatosos motores. Era capaz de alcanzar 3.2 veces la velocidad del sonido. Construido en total secreto a mediados de los años 50 con materiales especiales que desafiaban a la ciencia y tecnología de la época.
También se halla el F-14 (sí, el mismo modelo que “voló” Tom Cruise en Top Gun). El F-9 como el que voló Neil Armstrong en Corea. Helicópteros igualmente famosos y conocidos (bueno, para algunas personas) como el Huey o el Cobra que pelearon en Vietnam… En fin, estamos ante el paraíso de los amantes de la aviación.
En medio de la pista puede verse la enorme estructura del puente de mando, de varios pisos de alto. Impresionante. Aunque uno no puede subirse a ella, se alcanzan a ver las innumerables antenas, radares y ventanas desde donde el capitán gobernaba la nave. Cercana a ella, por la popa, hallamos otra muestra importante: cubierto bajo un domo duerme el transbordador espacial Enterprise.Para los odiosos puristas, me incluyo, es claro que este nunca fue al espacio, sin embargo es una copia exacta de sus hermanos más aventureros. El Enterprise sirvió como prototipo para probar la aerodinámica y funcionamiento de lo que sería el primer vehículo espacial capaz de regresar entero al planeta, a diferencia de la pequeña porción chamuscada que regresan de las naves no reutilizables.
Finalmente, abandonando la cubierta de vuelo, en las cubiertas inferiores uno puede visitar las áreas en donde vivían y trabajaban los 2600 marinos que hacían de la nave, una pequeña ciudad flotante. Se aprecian los camarotes, comedores, cocina y hasta talleres de máquinas en donde se reparaban las piezas que fallaban a bordo. Si bien estos pisos no son tan glamorosos como los hangares, eran parte fundamental en la historia del Intrepid.
Los visitantes, encontramos en esta cubierta un pequeño comedor en donde almorzar con un sistema de autoservicio. En medio de paredes plomas y metálicas, con sus simples sillas y mesas, lo vi como una pequeña ventana a la experiencia pasada de sus antiguos comensales.
Este museo es un hito histórico nacional para los norteamericanos. Coincidentemente, dos días después de mi visita, el Secretario de Defensa daría aquí un importante discurso sobre ciberseguridad. Pero también es, sin duda, un lugar obligado a visitar en New York por los fanáticos de la historia moderna.
Carmen Aza dice
un buen resumen para todo lo visto, ya que estuvimos ahí me hizo recordar muchas cosas. Impresionante ver una autentica nava de guerra y remontarse a esa época y todos los momentos que habran vivido sus tripulantes.