La que empezó como una Marcha de Científicos en Washington, se transformó en un movimiento global que abarcó a un gran número de entusiastas en defensa de la ciencia.
Este 22 de abril, día de la Tierra, sucedió algo muy singular: cientos de miles de personas, en más de 600 ciudades, marcharon por la ciencia. La iniciativa nació en respuesta a la administración Trump, que niega el efecto del hombre en el cambio climático y es hostil a diversos segmentos de la comunidad científica.
Los organizadores indican que manifestaciones similares se dieron en más de ochenta países, entre los que se encuentran nuestros vecinos Brasil, Ecuador, Colombia y Chile. Según historiadores especializados en el tema, este evento no tiene precedentes cercanos. Hablamos de manifestantes que compartieron la importancia de la ciencia para sus comunidades y familias, como base de su economía y como generadora de empleos. Y esto no es exagerado.
Las pantallas sensibles de nuestros sorprendentes smartphones, las baterías que los alimentan, las memorias que guardan en ellos nuestras fotos o los algoritmos que las comprimen son aplicaciones de la ciencia. Las vacunas que desaparecieron la viruela y prácticamente han hecho lo mismo con la polio son aplicaciones de la ciencia, como también lo son las técnicas agrícolas que incrementan la productividad de los sembríos, por citar tan solo algunos ejemplos.
Por ello es curioso que la ciencia se considere algo tan lejano para tantas personas, cuando simplemente hablamos de un método, basado en la observación, para obtener conocimiento comprobable. Si bien es cierto está lejos de ser perfecto, tiene un mecanismo de autorregulación que hace que, ante nueva evidencia, un científico se retracte y corrija.
Todo estudiante debe ser expuesto a este método que exige evidencia para llegar a conclusiones. Sin embargo, en mi experiencia, es fácil encontrar a adultos sumamente críticos sobre la veracidad de un evento hartamente documentado, como la llegada a la Luna, pero ni la mitad de cuestionadoras a la hora de ponerse magnetos en las orejas para controlar la ansiedad, usar cristales con supuestos poderes sanadores o entrevistarse con un brujo que le “predecirá” el futuro leyendo las cartas.
Por ello, la labor que viene realizando desde hace unos años el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (CONCYTEC) promoviendo la investigación tanto en el sector público, privado y universidades por medio de becas, concursos y subvenciones, es tan importantes. En el campo de la difusión al público, justamente, han organizado para este 18 y 19 de mayo el “I Encuentro de Divulgadores Científicos”, al que tendré el agrado de asistir como panelista, llevando mi modesto grano de arena.
Pero estamos ante una carrera de largo aliento. Nuestro país se encuentra entre los últimos de la región en gasto per cápita en Investigación y Desarrollo y lo mismo ocurre a la hora de contar el número de patentes que registramos anualmente. Esperemos que, con el tiempo, la próxima marcha por la ciencia nos encuentre mejor preparados.