Armados de unos cuantos dólares, cualquiera puede comprar un poco de popularidad en la Internet.
Un año atrás, desde su torre en Manhattan, el empresario y celebridad televisiva Donald Trump anunció su postulación a la presidencia de su país. Las cámaras filmaron los aplausos y vivas del público, propagándolos en vivo por la televisión. Lo que no se sabía en ese momento era que, entre los congregados, había actores pagados para montar dicha algarabía. Pero este tipo de manipulación no es invento suyo, ya sea con las “portátiles” de los políticos locales o las plañideras contratadas para llorar en los funerales, la posibilidad de rentar u orquestar muestras de afecto o dolor, es una práctica que lleva tiempo.
El mundo digital no es ajeno a esto. Si bien existe la espontaneidad con la que los usuarios de las redes sociales comentan y comparten noticias, o defienden sus posiciones e ideas, es inevitable que también exista el deseo de controlar el mensaje y hacerlo parecer más espontáneo de lo que es en realidad. Esto parecería ser el caso del Grupo Gloria que, tras hacerse público su problema en Panamá con la marca Pura Vida, desbloqueó el acceso a las redes sociales (por unos días) en sus oficinas para promover la participación de sus empleados en defensa de la empresa. En comunicación interna, se les invitó a sumarse a la campaña en Facebook, Instagram, Whatsapp y Twiter como “voceros de la marca”.
Pero, volviendo al ejemplo del candidato Trump, si pagar algunos actores discretos puede requerir de buenos contactos, el equivalente en las redes sociales es mucho más simple. Para un mundo en dónde la popularidad se mide por el número de seguidores en Facebook, Twiter o Instagram o los “Likes” que consigue un post o una foto, o el número de veces en que una canción es reproducida en el portal Soundcloud, existe un mercado de proveedores para incrementar cada una de estas cifras. Así es, cualquiera armado con una tarjeta de crédito (y de poca ética, es necesario decir) puede comprar los extendidos pulgares virtuales o sus variantes: Por unos $16 ofrecen mil likes, por $12 unos mil seguidores de Instagram o de Twiter.
Estos generadores de falsa popularidad se llaman “Granjas de Clic”. Justamente la semana pasada, Associated Press dio a conocer el arresto de personas asociadas a esta actividad en Tailandia, pero los hay también en Bangladesh y Vietnam, en dónde por apenas centavos de dólar la hora, operarios emplean cientos de celulares para crear las cuentas, y los clics, por lo que los clientes pagan desde todas partes del mundo.
Evidentemente esto va en contra de las políticas de las redes sociales que requieren contar con usuarios reales, entre otras cosas, para ofrecer su publicidad. Por ello, desde varios años atrás lanzan programas automáticos que buscan purgar a los usuarios falsos, tomando en consideración su comportamiento (¿tienen fotografías?, ¿solo dan likes?). Pero esto no ha evitado que hasta el día de hoy exista la venta de estos clics, tal parece que siempre hay demanda para aplausos virtuales, así sean falsos.