La comedia negra es un arte difícil: ¿cómo hacer reir con temas como la muerte o el desinhibido deseo de hacer mal a alguien? Nuestro sentido moral nos lo prohíbe, pero es en manos de dramaturgos como Martin McDonagh, que ciertos tabúes no son repelidos, sino que con una extraña mezcla de humor, ansiedades, giros y sorpresas condimentan una estupenda obra como la que hoy comento.
La reina de belleza de Leenane nos narra la historia de Maureen Folan (Norma Martínez), una mujer solterona que a sus cuarentatitantos años vive junto a su madre Mag (Graciela “Grapa”) en una descuidada y lúgubre casa de una solitaria colina irlandesa. La primera lleva la carga de los cuidados de la segunda, dado que las demás hermanas ‘huyeron’ del hogar ni bien pudieron encontrar pretexto, pero la septuagenaria, lejos de mostrar agradecimiento a su cuidadora, se comporta de manera desconsiderada y se enfrasca en no perder la atención exclusiva de la persona que no pudo dejarla.
La acción transcurre en la destartalada cocina, escenario de las visitas separadas de los hermanos Doole, Pato (Leonardo Torres Vilar) y Ray (Manuel Gold). El mayor de éstos, quien trabaja en Londres ayudando en las construcciones, se reencuentra con Maureen tras veinte años en una fiesta que se da en el pueblo al que regresa de visita, y le manifiesta sus pretensiones románticas antes de marcharse. El menor, Ray, proporciona los momentos cómicos por su constante falta de empatía e ineficacia como mensajero. Juntos, los cuatro personajes abordan temas como las limitaciones de la vejez, el perpetuo temor a la soledad, el resentimiento que no se apaga con los años o los sueños frustrados que nos persiguen; de seguro que todos compartimos estas tramas, pero aquí ocurre con una concentración inusual en medio de las claustrofóbicas paredes.
La puesta en escena ha sido magnífica, las actuaciones de Norma Martínez y Grapa conmovedoras. Curioso notar que, por segunda vez en este año, Norma Martínez interpreta un papel en que el detestable carácter de la madre de turno va siendo adquirido por el suyo (como ocurrió en “Agosto”, también comentada aquí). La traducción del director Ricardo Morán de los diálogos irlandeses ha sido encantadora, nos hace notar que cada pueblo tiene su propia manera de expresarse, de componer sus oraciones y de entenderse a sí mismo.
Estamos ante una obra que, por lo buena que es, hace olvidar al espectador que se encuentra en medio de un montaje, en una sala de teatro. Nos lleva a preguntarnos a cada instante, ¿qué más va a ocurrir?. Gracias a los giros argumentales de McDonagh la espera siempre vale la pena.
Datos de la obra:
En el Teatro Británico. Funciones a las 8 pm. Entradas en Teleticket y boletería.
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PS: Aún tengo pendiente comentar “La mujer sin memoria”, la obra escrita y dirigida por mi amigo y profe Cesar de María que pude disfrutar dos semanas atrás (en realidad hay varias que sin querer he dejado en el tintero por problema de tiempo). Sin embargo, aprovecho este post para recomendarla, vale la pena verla; en mi caso, me dejó pensando varias horas luego del cierre de telón sobre los temas que trata.