La lectura de libros de ciencia ficción podría ofrecer un espacio de dialogo para tratar temas científicos en el salón de clases o para identificar a los futuros profesionales de ciencias e ingeniería.
Ahora que empiezan el nuevo año escolar, quisiera recuperar una propuesta que encontré muchos años atrás, de manos del popular divulgador Isaac Asimov: para promover la ciencia en los colegios, expongamos a los chicos a novelas de ciencia ficción. Si bien a primera vista puede parecer complicado, creo que bien valdría la pena el esfuerzo.
La ciencia ficción es un género exigente con el lector, este no solo debe seguir la jornada emocional de los personajes, sino también asumir ciertas premisas científicas y tecnológicas cuyo foco define al género. Y es que aquí encontramos historias con un mayor contenido de estas áreas del conocimiento. De mi experiencia personal, la apertura a afrontar esta exigencia aparece de forma natural en la juventud, para luego perderse sino se cultivó. ¿Y qué mejor etapa que esta para discutir en el salón de clases, los diversos temas que nos presenta un Arthur C. Clarke, William Gibson o Philip K. Dick (por citar algunos)?
Y es que lo que nos ofrecen estos autores da material para el aprendizaje: mundos orbitando estrellas lejanas (astronomía), el planeta Marte convertido en una segunda Tierra (terraformación), la construcción de torres tan altas que alcanzan al espacio (ingeniería), civilizaciones que viajan por toda la galaxia (física), formas de vida en las lunas de Júpiter (exobiología), inteligencias artificiales (informática) o batallas entre flotas espaciales (astronáutica). También pueden extrapolar el presente y mostrarnos sociedades enfrentando problemas del mañana; son una magnífica oportunidad para debatir dilemas éticos como la clonación de seres humanos, la modificación genética de los hijos o la preservación ilimitada de la vida humana.
Mucha de la tecnología que hoy usamos, hizo su primera aparición en la ciencia ficción, como la de los viajes espaciales o computadoras poderosas. Recuerdo, por ejemplo, un cuento que apareció por primeva vez en 1958, “Todos los males del mundo”, en que Asimov nos cuenta la historia de una máquina a la que se le proporciona los datos de todas las personas del mundo, sus historias y deseos, con lo cual será capaz de calcular la posibilidad de cada futuro crimen. Han pasado varias décadas, para que en el 2011 el el departamento de policía de Santa Cruz, California, inicie un experimento que utiliza algoritmos matemáticos, para predecir justo en dónde atacarán los criminales.
Finalmente, creo que una historia del mitológico Aquiles puede ilustrar un punto adicional. Este permanecía oculto, disfrazado de mujer en la corte de un rey para huir de la guerra. Odiseo, quien lo busca, finge ser un comerciante y ofrece baratijas y telas a las hijas del gobernante, pero oculta entre sus productos una espada. Aquiles, por su propia naturaleza, toma la espada y la blande delante de todos con gran habilidad, revelando sin quererlo su verdadera identidad. Quizá la presentación de este tipo de obras en los colegios, pueda causar el mismo efecto que la espada oculta de Odiseo, es decir, ser instrumentos para descubrir a aquellos con un interés especial en las ciencias y tecnología.