Cuando siendo niño, Papá Noel me regaló mi primera radio grabadora, mi hermano y yo hicimos un pequeño experimento pues queríamos comprobar si en el agua vivían pequeñas criaturas: vertimos un poco de ella en la cantimplora, luego sumergimos el micrófono, presionamos el botón de grabar y nos fuimos del cuarto por unos minutos para no interferir. Al escuchar atentamente la grabación, no pudimos encontrar evidencia de vida, curiosamente faltarían algunos años para que el gobierno de Alan García nos proporcionase agua contaminada, pero creo que en parte, y sin saberlo, practicamos el método científico. Teníamos una hipótesis (hay vida en el agua), realizamos unas pruebas para validarla (las grabaciones) y examinamos los resultados (sin éxito).
El método científico es expuesto de muchas formas en el libro “El mundo y sus demonios”, en él, el prestigioso y galardonado astrónomo Carl Sagan nos lo expone como la mejor manera de la cual disponemos para obtener conocimiento. La ciencia, si bien es cierto esta lejos de ser perfecta, tiene un mecanismo de autorregulación que hace que ante nueva evidencia, un científico se retracte y corrija, lo cual sucede mucho menos en política o religión (no recuerdo muchos casos en ambas). Sin embargo, hoy en día, cada campo de la ciencia tiene su contraparte supersticiosa y pseudo científica, que en ocasiones es difícil diferenciar; lo cual puede ser peligroso en una sociedad en la cual el reto que nos impone temas como el cambio climático, dependencia energética, deforestación forestal, entre otros, requieren de ciudadanos “alfabetizados en ciencia” para poder monitorear a las autoridades.
En su obra, Sagan nos expone cada una de estas contrapartes. Así tenemos, que los geofísicos deben enfrentarse a proponentes de Tierras huecas o planas, profetas de terremotos y catástrofes. Los arqueólogos a antiguos astronautas (incluyéndolos como constructores de Nazca y Egipto). Los químicos a la alquimistas. Los físicos a creadores de energía de la nada. Los astrónomos a la astrología que ahora incluyen cartas celestiales obtenidas por computadora para leer el futuro. A esto súmese que, el libro también trata de platillos voladores, apariciones de fantasmas, curaciones milagrosas, los límites de la ciencia y tenemos un interesante texto en donde, se esté o no de acuerdo, uno no puede menos que apreciar los argumentos lógicos y la profunda investigación que muestra el autor, por más que este sea agnóstico y en buena parte anticlerical.
El doctor Sagan recibió de la Academia Nacional de Ciencia norteamicana su mayor galardón porque “nadie ha conseguido nunca transmitir las maravillas ni el carácter jubiloso de la ciencia con tan tanta amplitud como [él]” y este volumen es una muestra de ello; si bien desde sus obras previas nos tiene acostumbrados a una narrativa en la cual nos cuenta su experiencia, aquí vemos retratada su principal pasión (la ciencia) con cariño y deferencia; los pasajes en los que narra como extraña a sus difuntos padres, soñándolos incluso, pero que a pesar de ello no puede estar seguro de una vida más allá de la muerte son muy conmovedores.
Un libro que vale la pena leer y que incluso, como lo señala, Arthur C. Clarke debería de ser de lectura obligatoria en las universidades.
En su obra, Sagan nos expone cada una de estas contrapartes. Así tenemos, que los geofísicos deben enfrentarse a proponentes de Tierras huecas o planas, profetas de terremotos y catástrofes. Los arqueólogos a antiguos astronautas (incluyéndolos como constructores de Nazca y Egipto). Los químicos a la alquimistas. Los físicos a creadores de energía de la nada. Los astrónomos a la astrología que ahora incluyen cartas celestiales obtenidas por computadora para leer el futuro. A esto súmese que, el libro también trata de platillos voladores, apariciones de fantasmas, curaciones milagrosas, los límites de la ciencia y tenemos un interesante texto en donde, se esté o no de acuerdo, uno no puede menos que apreciar los argumentos lógicos y la profunda investigación que muestra el autor, por más que este sea agnóstico y en buena parte anticlerical.
El doctor Sagan recibió de la Academia Nacional de Ciencia norteamicana su mayor galardón porque “nadie ha conseguido nunca transmitir las maravillas ni el carácter jubiloso de la ciencia con tan tanta amplitud como [él]” y este volumen es una muestra de ello; si bien desde sus obras previas nos tiene acostumbrados a una narrativa en la cual nos cuenta su experiencia, aquí vemos retratada su principal pasión (la ciencia) con cariño y deferencia; los pasajes en los que narra como extraña a sus difuntos padres, soñándolos incluso, pero que a pesar de ello no puede estar seguro de una vida más allá de la muerte son muy conmovedores.
Un libro que vale la pena leer y que incluso, como lo señala, Arthur C. Clarke debería de ser de lectura obligatoria en las universidades.