En entrevista concedida a la revista US News, Umberto Eco llega a decir de su novela “El nombre de la rosa” (1980) que «las primeras 50 ó 70 páginas eran difíciles en orden de dar al lector el necesario ejercicio. Tiene que aprender cómo respirar para comenzar a escalar la montaña…». Al leerla, podemos comprobar la validez de esta afirmación: es un texto con un inicio denso por el cual muchos pueden querer desertar del camino a falta de aire; sin embargo, al continuar, la recompensa será el transportarnos a un mundo medieval descrito con profundo detalle gracias al conocimiento erudito de su autor.
El Nombre pretende ser las memorias del monje benedictino Adso de Melk, encontradas en un manuscrito del año 1327, quien en su juventud fungió de amanuense y discípulo del monje franciscano Guillermo de Bakersville, a quien admira por poseer sabiduría y una agudeza mental que será puesta a prueba cuando, en uno de sus viajes al interior de Italia, llegan a una abadía cuyo nombre Adso no desea registrar. Es aquí en donde una serie de crímenes deben ser esclarecidos, los cuales conducen a los secretos guardados en su biblioteca.
Eco nos ubica en una oscura edad media en donde el pensamiento religioso es dominante, la iglesia católica experimenta sucesivos cismas, existen monjes errantes, luchas intestinas entre órdenes monacales así como combates entre papas y emperadores; en medio de ello, cierto volumen perteneciente al Filósofo podría jugar un papel importante en aclarar debates, que lejos de ser bizantinos, llevarían a una revisión de cómo la gente se relaciona con Dios y sus autoridades (Ojo que esto se escribió décadas antes a la aparición de los Dan Browns y compañía)
Esta es una historia de misterio, en donde con poca dificultad podemos imaginar al monje Guillermo como a un Sherlock Holmes del medioevo; encaja en lo que se ha dado en llamar una novela culta pues Eco, prestigioso filósofo y semiólogo que ha ubicado a la mayoría de sus obras en este periodo de tiempo, con prosa elegante retrata hechos históricos y otros seudo históricos en vívidas narraciones, explorando la naturaleza de la época y de las personas que allí se encuentran. A través de sus líneas podemos encontrar infinidad de temas, cuya total enumeración sería muy larga, pero de las que podemos mencionar un discurso sobre la belleza, las riquezas en la historia, la teología de Santo Tomás, los filósofos universales, el amor (el casto monje Adso descubrirá algo muy personal al respecto), la santa inquisición llevada por el personaje Bernardo Gui, la numerología, las hierbas y sus usos (como las usadas por el herbolario del convento), pero sin lugar a duda los grandes y encendidos debates giran en torno a la pobreza de Cristo, o al hecho de que si Este llegó alguna vez a reírse o no.
El autor no puede dejar de tocar dos lugares que son comunes en su obra, los laberintos y los libros (ambos son elementos importantes en El Péndulo de Foucault que escribirá luego), quizá por ello el nombre del personaje de antiguo bibliotecario es, justamente, Jorge llamado así en honor al escritor argentino Borges, con quien comparte tal afinidad.
Estamos ante un libro muy interesante, digno de relecturas y que enriquecerá al lector mientras lo mantiene en suspenso.
Eco nos ubica en una oscura edad media en donde el pensamiento religioso es dominante, la iglesia católica experimenta sucesivos cismas, existen monjes errantes, luchas intestinas entre órdenes monacales así como combates entre papas y emperadores; en medio de ello, cierto volumen perteneciente al Filósofo podría jugar un papel importante en aclarar debates, que lejos de ser bizantinos, llevarían a una revisión de cómo la gente se relaciona con Dios y sus autoridades (Ojo que esto se escribió décadas antes a la aparición de los Dan Browns y compañía)
Esta es una historia de misterio, en donde con poca dificultad podemos imaginar al monje Guillermo como a un Sherlock Holmes del medioevo; encaja en lo que se ha dado en llamar una novela culta pues Eco, prestigioso filósofo y semiólogo que ha ubicado a la mayoría de sus obras en este periodo de tiempo, con prosa elegante retrata hechos históricos y otros seudo históricos en vívidas narraciones, explorando la naturaleza de la época y de las personas que allí se encuentran. A través de sus líneas podemos encontrar infinidad de temas, cuya total enumeración sería muy larga, pero de las que podemos mencionar un discurso sobre la belleza, las riquezas en la historia, la teología de Santo Tomás, los filósofos universales, el amor (el casto monje Adso descubrirá algo muy personal al respecto), la santa inquisición llevada por el personaje Bernardo Gui, la numerología, las hierbas y sus usos (como las usadas por el herbolario del convento), pero sin lugar a duda los grandes y encendidos debates giran en torno a la pobreza de Cristo, o al hecho de que si Este llegó alguna vez a reírse o no.
El autor no puede dejar de tocar dos lugares que son comunes en su obra, los laberintos y los libros (ambos son elementos importantes en El Péndulo de Foucault que escribirá luego), quizá por ello el nombre del personaje de antiguo bibliotecario es, justamente, Jorge llamado así en honor al escritor argentino Borges, con quien comparte tal afinidad.
Estamos ante un libro muy interesante, digno de relecturas y que enriquecerá al lector mientras lo mantiene en suspenso.