De los treinta y dos posibles tipos de clima, el Perú tiene veintiocho. Bárbaro. Si bien no todos me gustan, como acabo de comprobarlo, es sorprendente saber que a solo 8 horas de Lima, por una emocionante y sinuosa carretera, se puede experimentar la mismísima selva de Tarzán, con la diferencia de que él no parecía sudar tanto como yo lo hice en los pocos días del viaje.
Chanchamayo tiene el encanto que muchos capitalinos encontramos en las ciudades pequeñas: sencillez, poca gente (en este caso, la población de Lima dividida entre 60) y relativa tranquilidad. Súmese a eso un abundante verdor, como si fuese el color favorito de un pintor gigante que lo usa con mil tonos, revistiendo las montañas, los lados del camino y cuanto lugar se mire. ¿Algún punto en contra? Para los nuevos como yo, un clima que al inicio parece agredir por su calor, humedad y lluvias locas, pero que son parte de la experiencia.
Desde la Plaza de Armas se pueden tomar varios tours a módicos precios, previo acoso de los “jaladores” de las agencias de turismo. La mayoría de estos duran un día y se centran en conocer los bellos paisajes, la riqueza natural de la zona, caminatas, ver cataratas que parecen esconderse, visitar puentes y algunos lugares con historia… Conté hasta seis distintos recorridos turísticos, aquí les cuento sobre un par de estos que tomé:
Tour La Merced/San Ramón. Tras un ascenso de media hora a pie, por un sendero cubierto de árboles que techan todo el trayecto, se llega a la catarata de Tirol. La potente caída de agua, alta y blanca, es impresionante. Luego puede visitarse un mirador que abarca a toda la Merced (y a la vez, comparar lo insanamente grande que es Lima), conocer el pueblo de San Ramón o ingresar al Mariposario de la Zhaveta en donde los que esperan a las pobres mariposas encajonadas se llevarán una decepción, pues están libres y no siempre posan para las cámaras. Aquí también hay boas, que por un nuevo sol (entregarlo al amo, no a la boa) se dejan usar cual bufandas.
Tour por el Valle del Perené. Empieza por el puente Quimiri, que según entendí tiene más de cien años y 90 metros de largo. Lo que me sorprendió en realidad, fue la habilidad de un conductor que, frente a nosotros, cruzó con su camión con poco margen de seguridad, maniobrando en la estructura que parecía danzar con el viento (¿existe algún santo patrono de los cruzadores de puentes?).
Aquí se visitan las bellas cataratas Bayoz y Velo de la Novia, que aparecen como recompensas tras un breve esfuerzo por alcanzarlas, en estas fechas, bajo la lluvia. Puede verse también la confluencia de dos ríos, unidos pacíficamente delante nuestro, para formar uno nuevo (Paucartambo y Chanchamayo formando el río Perené).
Se continúa con un encuentro con una comunidad Ashaninka, la cual te maquilla y trajea a su usanza (imposible negarse, hay gente con lanzas mirando), para hacerte bailar al ritmo de una alegre canción. Un encanto.
Casi al anochecer, te conducen al puerto Pichanaki, para un paseo fluvial en bote a motor que es divertidísimo a pesar de que el cinéfilo capitán había bautizado su embarcación como “Titanic”. Los sobrevivientes podrán luego, con algo de suerte, ir a degustar un rico café (Chanchamayo es «La Capital Cafetalera del Perú»)
En definitiva, por su cercanía y belleza, Chanchamayo y alrededores es un destino imperdible que vale la pena conocer. Aquellos que desean experimentar un ambiente, clima y entorno tan distinto al costeño no saldrán decepcionados, interesante saber que la naturaleza puede darnos tantos contrastes.