El paraíso después de la muerte es un cuento de hadas
Stephen Hawking
Con casi la totalidad del cuerpo paralizado por una enfermedad degenerativa, el brillante físico inglés apenas puede comunicarse mediante una computadora que percibe pequeños movimientos de su rostro. Con ella, llega a componer apenas unas cinco palabras por minuto (léase bien: 5 palabras por minuto), sin embargo no sólo se declara afortunado, sino que es lo suficientemente influyente como para que sus entrevistas den la vuelta al mundo, como la que hoy reseña el diario El Comercio, acerca de la religión.
Muchos esperarían que un hombre con tal vulnerabilidad, que depende absolutamente del resto, vuelque su aflicción hacia algún dios, pero Hawking es ateo, y su postura es la de una minoría de personas. Aún así, supongamos, aunque sea por breves instantes, que es cierto lo que él dice, que la muerte es el fin, que solo recuerdos y obras le sobreviven. Después de todo, no existe evidencia científica de lo contrario, ¿verdad? Supongamos que con el último respiro todo se apaga, y aquella luz blanca al final del túnel siempre fue lo que se sospechaba: el cerebro perdiendo los últimos vestigios de oxígeno. ¿Qué pasaría?
La premisa atea puede tener, por contradictorio que parezca a algunos, una invitación a valorar más nuestro paso por este mundo. Si nuestra propia existencia, la de nuestros seres queridos, la de nuestros vecinos o incluso la de cualquier ser humano, consiste únicamente en algunas décadas sobre un planeta azul alrededor de una estrella (que también morirá) ¿cómo no atesorar intensamente cada momento?, ¿cómo perder el tiempo en necedades si lo único que de mí queda es mi memoria?, ¿cómo quitarle la vida a alguien si con ella se extingue todo lo que tiene y tendrá?
Me pregunto, de manera muy näive y casual, si ante la ausencia del paraíso a la vuelta de la esquina, habría un mayor cuidado por la integridad de los demás, incluso, aunque pueda sonar cómico, si dejaríamos de conducir en Lima de forma tan imprudente, como si todos tuviesen siete vidas (ya no digo dos: “ésta” y “la del más allá”)…
Curiosamente, aún en su visión sin eternidad, Hawking señala no tenerle miedo a la muerte, lo cual me pregunto qué tan extendido está en la contraparte creyente y moderna; a muchos puede sorprender el comentario del abad de Ampleforth. Cuando el cardenal Basil Hume le dijo que iba a morirse, el abad respondió encantado por él: “¡Felicitaciones! Ésa es una noticia brillante. Desearía estar yendo con usted”… ¿Cuántos responderían igual?
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PS: Cita que no quisiera dejar en el tintero: “I do not fear death. I had been dead for billions and billions of years before I was born, and had not suffered the slightest inconvenience from it.’ – Mark Twain
carmen aza dice
Bueno que recuerdos y obras sobreviven es cierto, uno se apagó y no se sabe que ocurrirá si nos reencarnaremos y que nada se termina todo evoluciona prque hay que llegar al fin que es Dios. sea lo que sea hay que valorar todo momento que se vive y no desperdiciarlo con necedades como dices.
Miguel Angel dice
Pues yo temo que él está en lo correcto cada vez me parece que los cuentos de la vida eterna fueron solo inventos de las religiones.
Levys dice
Por un minuto supongamos que casi todos estamos equivocados, que no hay nada despues de la vida, que ridiculo quedarian tantas cosas.Somos la unica especie en la tierra que espera un alargamiento de lo que ya se acabo.
Susana dice
Ser personas de bien durante nuestra existencia terrestre debería ser una misión para creyentes o no creyentes. El paraíso? podríamos construirlo todos aquí si dejaramos de lado el egoísmo y pensaramos en los demás. Los creyentes en Cristo, creemos en el paraíso y en el lugar contrario a él, sin embargo se que existen agnosticos que con su ejemplo de vida bien podrían dar una lección de amor a todos los creyentes.
Alfredo Barrientos dice
Hablas así del tráfico porque manejas lentito XD