Antes de continuar, recordemos que los nazis idearon dos tipos de campos, los de exterminio y los de trabajos forzados. Dado el alto índice de asesinatos, hacer diferencias puede parecernos innecesario, pero en realidad los objetivos eran distintos para cada uno: los primeros representaban máquinas de genocidio, creados para eliminar miles de personas de la manera más rápida y “eficiente” posible (triste ejemplo, Auswitch en Polonia) y usualmente se encontraban fuera del territorio alemán, mientras que los segundos, como el hoy visitado, fueron construidos para proporcionar mano de obra esclava a diversas empresas alemanas que pagaban por la manutención de los temibles guardias (no por la de los prisioneros); en casos como la Bayer, también compraban personas como conejillos de indias para sus experimentos con medicamentos en los cuales centenares de personas perecieron.
El prisionero ingresaba por una puerta en donde un engañoso mensaje le daba la bienvenida, “Arbeit macht frei” (“El trabajo hace libre”), tras lo cual le eran arrebatadas sus pertenencias, lo rapaban, le asignaban un número y ponían el hoy famoso “pijama” a rayas (diseñado por Hugo Boss) con el fin de empezar el proceso de deshumanizarlo. Todas las mañanas, en un patio triangular de unos 150 metros de lado, bajo el inclemente frío (los turistas con casaca, chompa, guantes y gorro nos encontrábamos tiritando), parados frente a la llamada Estación A, debían formar y esperar hasta que el conteo por parte de sus captores terminase; dado que muchos morían durante la noche por las condiciones en que vivían, sus compañeros preferían cargar el cadáver hasta allí mismo para facilitar el control y acortar la espera bajo el inclemente clima.
Uniforme de los prisioneros (centro)
Cuando terminaba la jornada de trabajo de doce horas, volvían a sus respectivas barracas en donde vivían entre 300 y 500 personas en estado de completo hacinamiento; las camas se encontraban en tres niveles, y cada una de éstas debía ser compartida a pesar de que apenas tenía 70cm de ancho. El baño consistía en seis retretes y seis urinarios, a los cuales toda la población podía acceder únicamente durante el intervalo de una hora, dos veces al día. Para lavarse, existían dos recipientes de agua que recién era cambiada tras una infinidad de usos.
Aparte de las barracas y áreas de trabajo forzados, Sachsenhausen contaba con un hospital laboratorio en donde se realizaban experimentos con los prisioneros, una morgue, fosas comunes y crematorios. De los 200,000 individuos que por aquí pasaron, una cuarta parte perecerían.
Es irónico notar que, una vez los rusos llegaron a Berlín, decidieron seguir usándolo para sus propios prisioneros, desde el fin de la guerra hasta 1950, en que 12,000 prisioneros de guerra y desertores soviéticos fallecieron en condiciones similares.
Tras dejar este campo, después de cuatro horas de permanencia, la perturbación que genera tarda un poco más en desvanecerse; así hayan pasado numerosas décadas desde su cierre y ahora funcione como un aleccionador museo y memorial, es difícil verlo como algo distante. Uno no puede dejar de preguntarse, siempre con poco éxito, ¿cómo es que el hombre llega a tal nivel de barbarie?
[: LïSSy :] dice
Gue! por qué no sales en ninguna foto?? al menos pon tu mano para saber que estás allí, ya que la gente no quiere que salgas xD lol
MrN dice
Luego de ver este tipo de pruebas y algunas otras que vi en museos en mi viaje por Israel lo primero que una siente es dolor muy, muy adentro. Lo segundo es rabia, porque aun hay gente en el mundo que sigue diciendo que es mentira y niegan la existencia de un método sistemático por el cual murieron 6 millones de personas.
Anonymous dice
Ay Giuseppe, para qué vas a esos sitios! La idea del viaje no es deprimirse y menos deprimirnos a nosotros…