En Julio de 1911, el explorador americano Hiram Bingham encontrándose en busca de la ciudad perdida de los Incas, escuchó de boca de Melchor Arteaga, propietario de una apartada choza en las márgenes del Urubamba, que en las cercanías había “buenas ruinas”… ¿Cómo podrían imaginar ambos personajes que esas “buenas ruinas” llegarían a ser visitadas por casi medio millón de personas cada año?
Le costó a Bingham pagarle un Sol a Arteaga (3 ó 4 veces el salario de la zona) para animarlo a que lo guiara por el difícil camino de despeñaderos. Cruzaron a gatas por un viejo y enclenque puente que se rompería pronto, siguieron hasta encontrarse con dos hacendados indios que cultivaban las terrazas (o andenes) dejadas por sus antepasados a pocos minutos de la hoy famosa ciudadela de Machu Picchu, a la cual llegó siguiendo los pasos de un niño que se hizo su guía, mientras Arteaga prefería chismorrear con los hacendados.
Casi cien años después, no hay país en el mundo en donde no se haya visto fotos de aquella maravilla dada a conocer por Bingham, es un monumento al ingenio y perseverancia Inca, y me siento muy contento de encontrarme entre los millones de personas que la han podido visitar, aunque sea de una forma mucho más segura que la de los antiguos aventureros que la encontraron cubierta de maleza y árboles.
Los viajeros podemos llegar a la ciudadela de dos formas, tras una larga caminata por el “Camino del Inca” en un recorrido que dura al menos un día (o más, dependiendo desde dónde se parte) o tomando un bus en el cercano pueblo de “Aguas Calientes”, una pequeña población ubicada a apenas seis kilómetros y que fue nuestra elección (ahora me encuentro valorando la otra opción para una próxima vez).
Aguas Calientes, o Pueblo de Macchu Picchu, es el pintoresco hogar de unas tres mil personas, en plena ceja de selva. De pocas cuadras de largo, está franqueado por altos cerros revestidos de verdor, atravesado por un río que se atraviesa por varios puentes separados por pocos metros y bajo un cielo cuyas nubes parecen acercarse para tocar el paisaje. Hermoso realmente. Su gente es muy amable, acostumbrados a vivir rodeados de turistas, forman un centro atiborrado de ofertas para éstos: encontramos hoteles de todos los precios, lavanderías, un sinnúmero de restaurantes (que ofrecen mayormente pizzas de todas las clases), locales de artesanías, tiendas de abarrotes, farmacias y hasta un negocio de arte con costosos cuadros de motivos Incas. Vale la pena quedarse por lo menos una noche aquí, sus pequeñas y desniveladas callecitas parecen no dormir hasta altas horas, en atención a tantos visitantes.
Desde aquí, y tras un ascenso de veinte minutos en carro por un camino sinuoso que por ratos parece alcanzar sólo el ancho de un vehículo, se llega a la entrada de Machu Picchu, en donde pululan gentes de todas las nacionalidades. Tras cruzar las puertas de ingreso, se inician varios minutos de una agitada subida a pie (a más de 3500 msnm no siempre es fácil el esfuerzo), pero aún no se llega a ver el soberbio paisaje impreso en millones de postales, sino escalones y escalones de piedras, vegetación y a la persona que está delante hasta que luego de unos quince minutos, ¡al fin!, el mágico paisaje se muestra por vez primera: Machu Picchu, su cerro hermano Huayna Picchu, y una fantástica obra de planificación urbana, diseño y construcción, de edificios, senderos, fuentes de agua y andenes, todos mimetizados con un impresionante paisaje, encerrado en su propio microcosmos.
Tras reponerme de la primera impresión de asombro, atiné a preguntarme como muchos, ¿cómo es que hicieron todo esto? Nos encontramos en un lugar de difícil acceso, entre montañas, al que se llega luego de casi reventar el motor del transporte por la escarpada subida, y sin embargo ante nuestros ojos nos saludan centenar y medio de edificaciones, hechas de pesadísimas piedras, algunas de varias toneladas, por personas que vivieron cinco siglos atrás. Uno no puede menos que quitarse el sombrero ante sus constructores, que tras casi noventa años de trabajos hicieron de éste un espacio único en el mundo, que para recorrerse, al menos por en sus partes más representativas, toma unas tres horas.
(Imposible colocar aquí todo lo visto, pero al menos hagamos un muy breve vistazo mencionando algunos de los muchos puntos interesantes)
La ciudadela se encuentra organizada en dos grandes secciones, la agrícola y la urbana. La primera se compone de decenas de andenes, enmarcados por caminos y escaleras, hoy en día ya no se usan para sembrar la papa, maíz, quinua o camote como antaño sino que permanecen cubiertos de pasto, lo que los vuelven jardines, mantenidos por los jardineros y las adornadas llamas que se alimentan allí mismo cual podadoras vivientes. Por el gran tamaño del área, se tarda uno en cruzarla, así sea sólo por los lados.
El sector urbano se encuentra separado del exterior por una entrada en donde había una puerta que podía ser bloqueada en cualquier momento, impidiendo el paso de cualquier indeseable, actualmente es un área de fotografía obligatoria. En este sector se encuentran la mayoría de las construcciones que si bien hoy no tienen techo, nos quedan los arneses que los sujetaban y prueban su existencia; las paredes son inclinadas para formar verdaderas estructuras antisísmica y las rocas de las que se componen fueron trabajadas y unidas con tal precisión que pareciesen que nada podría colarse entre sus uniones.
Aquí aparecen tres zonas o distritos, el sagrado, el del pueblo, y el de los sacerdotes y la nobleza (en donde se debió albergar el inca Pachacutec). En la zona sagrada podemos encontrar el Intihuatana, el Templo del Sol y la Plaza Sagrada:
El Intihuatana (o “donde se amarra el Sol”, en quechua) es una enorme piedra ceremonial y reloj astronómico, que los 14 de febrero al medio día no marca sombra alguna. Se dice que allí uno “puede recargar energías” extendiendo las manos hacia la enorme masa rocosa, afirmación que probé junto a otros turistas pero sin resultados en mi caso, quizá la falta de fe sea un factor determinante.
Cerca se encuentra el Templo del Sol, un majestuoso torreón blanquecino de tres paredes y varias ventanas, con forma de una gran P desde el cielo. Aquí la habilidad de los trabajadores denota manos maestras por el fino labrado de sus bloques. Fue usado para ceremonias relacionadas con el solsticio de junio, se piensa que estaba adornado de joyas. Bajo la estructura, hallamos una cueva en donde se piensa que colocaban momias.
Finalmente, resaltan en el sector urbano, La plaza Sagrada, que es un patio rectangular en donde se realizaban diferentes rituales; en torno encontramos el Templo de las Tres ventanas, formado por enormes bloques y que mira hacia el valle ubicado a sus pies y el Templo Principal, al lado de la casa del sacerdote, con un fino acabado y un altar de piedra.
Todos estos edificios y caminos empedrados o naturales parecen requerir de un mapa, lo cual no tuvimos y recomiendo llevar, una vez que la guía se marchó, permanecimos abrumados por la infinita posibilidad de recorridos que podíamos llevar a cabo, más aún cuando caminar en altura demanda muchas energías de la persona no acostumbrada.
Al salir del recinto, y verlo por última vez, no pude dejar de pensar en sus antiguos pobladores (se estima que eran entre 300 y 1000) y en el privilegio que debió ser para ellos el habitar este gran complejo. Para las aves de paso de este siglo, como nosotros, es un espacio que impregna fácilmente recuerdos y asombro, una invitación constante a regresar.
Eri dice
Machupicchu es precioso y en general, todos los atractivos turísticos del Cuzco son impresionantes. Albergan mucha historia y tradición, lástima que no conozcamos mucho sobre su historia (me refiero a la Inca), la falta de documentación no ayuda y a pesar de eso, se mantendrá en el tiempo por muchas generaciones más.
Me alegró mucho ver que en 10 años, los cuzqueños han aprendido a valorar y cuidar más sus monumentos… han evolucionado y el orden y vigilancia priman con tal de mantener tan bellas ciudadelas, fortalezas y en general, todo resto arqueológico.
Karin dice
Me encantó la foto de los jardineros del lugar 🙂
Ana Rosa dice
Me gusta tu relato acerca de tus impresiones de nuestro maravilloso Machu Pichu acompañado de datos históricos, didácticos y prácticos también … y de las fotos solo te faltó el copyright (así como Erika) para que vayan a alguna revista o periódico!!!
Nacho dice
Creo que por el contexto histórico habría que añadir la pregunta; Hiram Bingham descubrió Machu Picchu? o es el que dió a conocer? de hecho que recuperó rápido su inversión de un Sol pues hasta ahora Yale no quiere devolver lo que se llevo Bingham en calidad de préstamo.
CESAR dice
TU RELATO DE TU VISITA A MACHU PICHU MUY INTERESANTE Y DIDACTICO,PARA LAS PERSONAS QUE NO CONOCEMOS, LA VERDAD QUE NOS DESPIERTA ESE INTERES DE VISITARLO
TE FELICITO I OJALA SIGAS CONOCIENDO MAS SITIOS Y NOS LO CUENTES DE ESA FORMA
Giuseppe Albatrino dice
Gracias Cesar, eso espero seguir haciendo 🙂