A ochenta kilómetros al norte de Quito queda la región de Mindo, a donde se llega tras un par de horas desde la capital, en un recorrido que va en descenso y en el que el clima y la vegetación van cambiando conforme se avanza en el sinuoso camino, flanqueado por hermoso follaje verde. Si tuviese que elegir una palabra para describir la zona, esta sería «verdor». Por donde quiera que uno mirase esto es lo que prevalecía, en todos los matices y grados, un saludo a la vida natural que a la vez enmarca diversas variedades de aves y flores.
Como habitante de la gigantesca y siempre gris Lima, es una sorpresa saber que otros capitalinos pueden coger un vehículo y llegar en poco tiempo no a un Mall (o templo equivalente), no a un restaurante campestre (al que llamamos visita al campo) sino a una verdadera reserva ecológica en donde se pueden realizar actividades poco habituales para cualquier persona citadina (¡Gracias Milton, y familia por la oportunidad!).
En los días previos al paseo, mi amigo Milton me envió algunos enlaces sobre el lugar para que vea lo que allí podría hacerse; siendo una semana laboral complicada, lo que se quedó en mi mente tras un rápido hojeo de lo recibido fue un collage de imágenes con gente usando casco, una balsa atravesando el río y … verdor. Dado que he ascendido innumerables cerros, visitado el campo de en vez en cuando y hecho canotaje en Lunahunaná, en mi mente no se encendió ninguna alarma. Al parecer, mi generoso cerebro obvió las fotos de gente colgada sobre copas de árboles.
En pleno trayecto, Milton nos preguntó qué nos gustaría hacer. Como no había llevado zapatillas a Quito (si bien compré unas sandalias estas no se me acomodaron muy bien), dije algo como «No he traído zapatillas, así que preferiría no tener que mojarme» con lo cual, sin querer, abrí la puerta a lo ofrecido en las fotos no vistas… algo sobre andar en cables sobre el vacío. Dado que a diferencia de muchos árabes en occidente, creo esto de «a donde fueres haz lo que vieres», no pensé en negarme a la oportunidad, asumí lo que vendría y viví la experiencia con los ojos bien abiertos (o eso creo).
El Canopy (que es lo que se ve en la foto superior) consiste en cruzar un largo trecho de terreno colgado por una polea sujeta a un cable de metal. Para ello, te vistes con un casco, arneses y un pesado guante a cuyos dedos han adherido una fuerte pieza de metal; esto es para que uno pueda sujetar el cable en pleno viaje. Pagamos por 13 recorridos (habían opciones por menos trayectos, pero…), tras la breve explicación bilingüe de los guías, la docena formada para la ocasión (que incluía turistas americanos) empezamos el recorrido. Hay secciones rápidas y lentas y si uno gusta, puede ir ya no solo sino con uno de los instructores que te ayudará a viajar de formas más acrobáticas, en el sentido de que te libera ambas manos para que no las uses en equilibrarte o frenar, sino para que vayas de cabeza o como discípulo de Superman con los brazos estirados y buscando a Louis Lane en el suelo.
Tras cada intervalo, uno debe caminar por la montaña hasta el siguiente punto de anclaje, lo cual es un excelente modo de hacer ejercicio y sudar un poco, para lo cual hay bidones de agua con sus grifos acomodados en la ruta (algo con lo que no se cuenta en cualquier jungla) . La experiencia fue buenísima e intensa y se da en bloques de medio minuto: en cada caída sientes el aire en el rostro, el ruido constante de la polea a girar, ves árboles a ambos lados del camino y crees que quieren rozarte las piernas que van colgando, si bajas la mirada te saludan los cuarenta metros que te separan del suelo, si ves al frente aparece la meta que va aumentando de tamaño (y te preguntas cómo te pararán sin que te vayas de bruces contra la estación), si ves tus manos, una estará detrás de la cabeza ayudándote a equilibrarte y la otra sobre la correa, y si ves a tu equipo notarás que lo único que contrarresta la acción de la gravedad es la misma correa que deseas no haya sido hecha en China.
Pero Mindo ofrece más que situaciones para conversiones religiosas. Al deporte de aventura se le suman diversos hospedajes, restaurantes y un pueblito de dos mil personas. Aquellos peleados con la civilización, o que al menos quieren tomar un respiro de ella, también pueden adentrarse en el bosque para acampar, visitar las cataras o admirar la enorme variedad de vida que en el moran.
En suma, por su tranquilidad y belleza estamos ante un lugar de ensueño, de esos que desde tu escritorio con la laptop y el televisor prendido hacen que te preguntes: ¿realmente hay un lugar así?
Próxima entrega: Anotaciones desde Quito (ciudad)