Los chinos acaban de convertirse, apenas hace unos días, en la tercera nación que por sus propios medios han puesto a un hombre en el vacío del espacio con tan solo un traje espacial como único medio de protección. Este logro, nada simple, me invita a contarles como fue la primera vez que en la historia (hace largos 43 años) los soviéticos lograron tal proeza en plena guerra fría, cuando el prestigio de las dos superpotencias parecía depender sobremanera de lo que hicieran los hombres en orbita.
Por política rusa, los tripulantes de esta difícil misión, Belyayev y Leonov, tuvieron confirmación de que serian los seleccionados para llevarla a cabo con tan solo una semana de anticipación; mientras tanto habían entrenado con otra pareja de cosmonautas quienes también esperaban ser los “verdaderos” viajeros. La mañana del lanzamiento del 18 de marzo de 1965, estuvieron en compañía del ahora mítico Yuri Gagarin con quien tomaron un sorbo de champagne para luego firmar cada uno la etiqueta de la botella con la promesa de que la terminarían a su retorno; una especie de cabala que recordaba lo difícil que sería aventurarse a lo desconocido, ser pioneros en un campo de por si nuevo.
Tras un despegue sin complicaciones, el comandante Belyayev pidió permiso para extender la cámara de aire en preparación de la caminata, era básicamente un tubo de poco más de dos metros de largo que salía de la nave. Leonov entró en ella, cerro la escotilla de la capsula tras de si y espero a purgar el nitrógeno de su sangre mediante unos tanques de oxigeno puro; luego cuando la cámara había perdido todo vestigio de aire, se reportó listo para salir. Se asomo por ella y contempló la tierra como nadie antes de él: libremente sin la obstrucción de las pequeñas ventanillas, sin la restricción de la reducida cabina, veía el globo terráqueo como un colorido mapa, la curvatura de la Tierra y tras ella el cielo negro iluminado por brillantes estrellas. Una vez con todo su cuerpo fuera, toma impulso con su pie y se aleja flotando como lo haría un bañista en el borde de una piscina. Toda su nación esta viéndolo en la televisión, con tan solo unos minutos de diferencia del momento en que realmente suceden los hechos, esta medida de previsión (si ocurriese alguna complicación cortarían la transmisión) demostró ser muy valiosa porque tras diez minutos, Leonov intenta ingresar a la capsula pero sin éxito. El traje espacial tenía una falla de fabricación, fuera de la atmosfera llego a inflarse como un balón y esto no permitía que pudiera doblarse por la cintura o maniobrar lo suficiente su cuerpo; sumado esto al enorme esfuerzo que le cause moverse sin puntos de apoyo en cero gravedad, Leonov transpira y el sudor comienza a cegarle. Ya sin consultar a su base (en Baikonur), decide “desinflar” su traje, arriesgándose a una embolia, lo suficiente para poder entrar al tubo tras lo cual, una vez represurizado, entra fatigosamente a la nave con su compañero jalándolo lo mejor que puede.
Pero los problemas no acabaron allí, según lo programado debían deshacerse de la cámara activando unos pequeños explosivos que la liberarían, la separación funcionó bien, pero causó que la nave empezara a girar a diecisiete grados por segundo, movimiento que debería acompañarles por las siguientes veintidós horas de la misión. Este intervalo se complico porque la presión de oxigeno de la cabina se triplico por si misma (por suerte, pasadas las horas disminuyó así como había llegado)
¿Terminaron los infortunios allí? pues brevemente, parecía que el destino les jugaba broma tras broma. Cuando la nave se preparó automáticamente para descender y regresar a sus desventurados pasajeros a tierra firme, el giro constante al fin se detuvo… pero pasados unos minutos vuelve a girar y se dan cuenta que el sistema de guiado para la reentrada funciona mal, así que deben apagarlo y hacer el difícil reingreso a través de nuestra atmosfera “a mano”, sin computadora que les asista. Lejos de ser un descenso suave, sienten que el peso de sus cuerpos aumenta diez veces mientras algunas venas de sus ojos se rompen (imagínese subir en un ascensor y que su peso va aumentando hasta que sus rodillas no pueden soportarlo y aun así seguir acelerando). Pierden comunicación con Baikonur pero logran aterrizar en las nieves de Siberia, muy aparte de donde los equipos de rescate los esperaban, pero para este momento y por las siguientes horas, nadie tiene ni idea de en donde se encuentran.
Como es lógico, una vez calmado el impacto de tocar tierra, deciden salir del confinamiento en que habían estado las últimas veintiséis horas, para lo cual presionan el botón que debe liberar la escotilla explosiva, la cual se abre parcialmente… ¡un árbol no dejaba que se separara completamente!, deben de patearla y forzar su escape a través de ella para ver que están rodeados por árboles de entre treinta y cuarenta metros de alto que dificultaran su localización. Se encuentran a -30grados centígrado cuando por fin un avión de carga los avista, pero deberán esperar hasta el día siguiente para ser rescatados. Pasaran la noche dentro de la también fría capsula: el aullido de los lobos les previene de intentar dormir al lado de alguna tibia fogata.
Apenas un mes después los americanos harían su propio intento por el segundo lugar; si bien no tuvieron complicaciones, casi perderían a un astronauta en su siguiente caminata espacial, este sería un arte que ambas partes tardarían en dominar. La propaganda comunista había hecho parecer todo fácil, pasarían décadas para que la historia de Leonov se conociese completa como recordatorio para los exploradores, a los cuales se suman ahora los chinos, de que el espacio es una frontera peligrosa.