«No hay fenómenos morales, solo una interpretación moral de los fenómenos».
Friedrich Nietzsche
La década de los treinta fue marcada, para los Estados Unidos, no sólo por la primera Gran Recesión económica, sino por la aparición de los enemigos públicos, término usado por las fuerzas del orden y la prensa para señalar a peligrosos roba bancos y secuestradores; nombres como los de Bonny y Clyde, Billy Nelson, “Mamá” Baker (sí, era madre y dirigía una banda con sus hijos) y John Dillinger eran el centro de atención de un público que seguía en los medios sus últimas fechorías. Curiosamente, el carisma de algunos de éstos, los hacía destacar, como en el caso de Dillinger, quien fue idealizado por algunos como un moderno Robin Hood y sobre el cual gira la película que hoy les comento.
El director Michael Mann (Heat, The insider, Miami Vice, Collateral), nos entrega la historia de una caída, la de un personaje que vive el presente con intensidad, con poca preocupación por el futuro y cuya búsqueda constante de riesgos mayores será su perdición. El asaltar bancos, huir de prisiones, rescatar compañeros e ir perpetuamente tras el próximo reto pareciese ser parte de una dinámica sin mayores motivaciones; si bien se hablan de montos de dinero, el tema musical recurrente, propone aventura y diversión cada vez que éste y su grupo se alistan segundos previos a cometer un golpe.
Si bien la duración del film puede parecer innecesariamente larga, el estupendo manejo de la fotografía del equipo de Mann, que según entiendo emplea máquinas digitales, ofrece al espectador estupendas escenas que sobresalen por su dinamismo, manejo de los claro oscuros y tomas cercanas que ayudan a transmitir al espectador emociones intensas, sobretodo al momento de las persecuciones que hacen de las dos horas un entretenimiento que se sostiene, muchas veces, por el cuidado estilismo con que se han obtenido las imágenes.
Johny Deep (a quien pronto espero poder ver en “Alice in Wonderland”) nos ofrece a un gangster atractivo y de enorme carisma, que parece así poder alejar todo debate sobre sus actos criminales. Su taimada actitud, se ve reflejada en mil gestos escénicos, pero sobre todo en la sonrisa de lado que parece ser la marca registrada del personaje.
Su contraparte, el policía bueno Melvin Purvis, es interpretado por un sobrio Christian Bale, que a pesar de atacar el crimen, nos hace olvidar por completo a su famoso Batman. Aquí dirige un escuadrón anticrimen, pero no parece ser un individuo de intensidades o contrastes, sino un recto funcionario del estado, sin mayores pretensiones o discursos.
Estamos ante una muy buena película que vale la pena ver, que al parecer no busca entregar mensajes morales o caracteres buenos o malos sino simplemente contar una historia, lo cual lo hace dilatada pero estupendamente. Muy recomendable.