Advertencia: En la presente entrada se expone el final del libro siete de Harry Potter y el de la película “Ángeles de cara sucia”
Uno de los relatos de Jorge Luís Borges que capturó mi atención, cuando lo leí años atrás, es “Tres versiones de Judas”, publicado en su libro “Ficciones”; en el señala que así como el asceta, envilece y mortifica la carne para mayor gloria de Dios, Judas hizo lo propio con el espíritu. Es más, “[…] renunció al honor, al bien, a la paz, al reino de los cielos, como otros, menos heroicamente, al placer.”; una de las conclusiones del texto es que Dios escogió un ínfimo destino, ¡Eligio ser Judas!. Es evidente que tamaño disparate teológico, pero inteligentemente planteado a través de sus páginas, no tenia por meta la de crear una nueva religión, ya hay muchas, sino la de provocar al lector: ¿acaso no es más meritorio el sacrificio silencioso?, y ante este, ¿no lo es aún más el enfrentar el rechazo de todos?
Creo que muchos necesitamos héroes, ellos representan lo mejor a lo que podemos llegar, muchas veces son fuente de inspiración colectiva para una nación o creencia; quizá por ello encontramos tantos de estos personajes en las películas y en la ficción en donde la mayor parte del tiempo se nos muestran como individuos admirados por sus acciones, la menos de las veces son anónimos y en escasas ocasiones realmente odiados. Tomemos como ejemplo a Severus Snape, el maestro de Harry Potter que es aborrecido por muchos a través de los siete libros del mago de J.K. Rowling. Página tras página se nos muestra como un mago desaseado y hasta repulsivo que le hace la vida imposible a nuestro mago favorito, su origen como ex colaborador de Voldemort, lo hace sospechoso para muchos y su conducta a favor de sus propios alumnos lo hacen sumamente odioso; en el momento culminante del penúltimo libro, traiciona y asesina a sangre fría al amado rector de la escuela de hechiceros para lo cual usa una maldición imperdonable. No es hasta el final del tomo siete, en que Harry se entera de manera casual que Snape, ya a punto de morir, había actuado por ordenes directas de Dumbledore y que siempre le había sido leal a este, desde el momento en que abandona el bando de las tinieblas. Su sacrificio había posibilitado la victoria.
Otro caso es el que podemos ver en la película “Ángeles de cara sucia”(1938), James Cagney encarna a Rocky Sullivan, un duro gangster que vuelve a su viejo barrio en donde Jerry, su amigo de la infancia ahora convertido en cura, intenta mantener a los jóvenes alejados del crimen; sin embargo, estos terminaran idealizando al primero. Luego, un Sullivan apresado y sentenciado a la pena de muerte, es visitado por el cura que le pide que camino a la silla eléctrica, actué como un cobarde para evitar que los chicos sigan su camino. Aunque se niega inicialmente, termina haciendo lo que se le pidió, “destruyendo” con este acto final e irreversible, la reputación que se había forjado durante toda su vida, intercambiando el desprecio de sus seguidores por la salvación de los mismos.
Ignoro porque escasean este tipo de caracteres en el mundo de la ficción, quizás se deba a la dificultad de imaginar que alguien prefiera, contra la propia naturaleza humana, ver su propia imagen destruida a cambio de un bien mayor.