Los 39 escalones es una celebración a la magia del teatro. Una divertida historia que te hace olvidar el tiempo y que, con la ayuda de simple utilería, te transporta a infinidad de lugares: un departamento, un tren, un puente,… lo que puedas imaginar mientras sigues la constante huída del injustamente incriminado Richard Hannay.
Nos encontramos ante una trama que fue primero contada en la novela homónima de John Buchan, que da vida a nuestro bigotudo héroe para luego continuar sus hazañas en otros cuatro tomos. Luego el material migra al celuloide con dos distintas versiones, la última dirigida por el maestro Hitchcock y que Patrick Barlow toma prestada para convertirla en una divertida parodia, la de un hombre común y corriente que se ve inmerso en una intriga de espías en la Inglaterra de 1914.
Quienes vean el clásico de 1935, podrán validar cómo cada escena de la obra se corresponde con la versión fílmica, lo cual nos hace apreciar el enorme trabajo y creatividad que requirió la “conversión” para las tablas: una cosa es disponer un mes de rodaje y numerosas locaciones pero otra muy distinta hacerlo todo en dos tomas (me refiero a los dos actos de que se compone la entrega). Al establecerse, desde el inicio, el carácter lúdico de los intercambios de escena, se da pie a la expectativa permanente de: “¿Qué vendrá luego?”, “A donde nos llevarán ahora?”. (Y no puedo adelantar más al respecto, para no romper ninguna sorpresa)
Otro factor importante, y reto actoral, es que tan solo son cuatro los actores que interpretan el sin número de personajes requeridos para los 39 escalones (Hitchcock se hubiera ahorrado una fortuna para su película): todos, salvo el intérprete de Hanney, deberán cambiar parte de su indumentaria a cada instante. Si bien algo semejante ocurre con “Extras”, aquí se lleva la experiencia a niveles insospechados.
Sin lugar a dudas, vale la pena verla, es para reírse de inicio a fin: como pocas veces, no me topé con los típicos y molestos parlanchines que siempre hay en el público, quizá porque no tenían tiempo entre risas y risas. Al salir, confirmarás que el teatro es un arte que no tiene límites al momento de contar historias.
La temporada se presenta en el Teatro Mario Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional del Perú
PS: Anteriormente comenté brevemente otro montaje que pude ver de esta misma obra en Bogotá, los interesados pueden encontrarlo aquí.
Caarmen Aza dice
Ire a verla nuevamente, me gustó cuando la ví en Bogotá.