El sábado por la noche veía en familia el famoso programa de televisión Bailando por un Sueño, en su versión «Los reyes de las pista», cabe indicar que anteriormente (en la primera y segunda temporada) cada pareja estaba conformada por el “soñador” (un desconocido que quiere alcanzar su sueño) y el “héroe” (alguien reconocido en el medio local y que apoya al soñador siendo su pareja de baile), pero en este nuevo formato ha habido un pequeño cambio, dado que soñador y héroe son los finalistas o ganadores de las dos temporadas pasadas, ambos se convierten ahora en «héroes» y deberán perseguir, a ritmo de baile, el sueño de un tercero escogido por la producción del programa. Conforme presentaban los casos de las personas a ser ayudadas, fue sencillo notar un patrón: todas eran madres de precaria condición económica. Las lagrimas se sucedían, las pancitas habitadas se mostraban, los héroes se emocionaban… y sin embargo, un sentimiento de incomodidad empezaba a embargarme, sentía que algo no iba bien, escribo esto en un intento de entenderlo.
Siete de los ochos casos que aparecieron en pantalla eran de mujeres solas, la mayor de ellas de 28 años, viviendo en pueblos jóvenes, con al menos 2 hijos (el record era de cinco criaturas); y si bien en el programa cada aparición de una soñadora podría parecer un canto a la fecundidad, con incluso Gisela y dos héroes besándole el vientre, una pregunta que tintineaba en mi cabeza era, ¿en donde esta la responsabilidad individual que ellas debieran tener?, ¿Por qué tanta condescendencia?. No es mi objetivo juzgar a nadie, ni explorar todas las dimensiones que un tema tan complejo genera, sin embargo quizá podamos circunscribirnos al tema de la responsabilidad individual, en este caso como en muchas cosas puede haber hasta tres posturas (las dos extremas y la intermedia):
«Ellas tienen toda la responsabilidad de lo que les pasa». Difícil de sostenerlo en un tema como la concepción en donde se necesitan dos personas para procrear; no solo eso, algunas de estas mujeres dejaron su casa por falta de afecto y vienen de un círculo de pobreza, que parecen inconcientemente empeñadas en perpetuar, de poca instrucción y formación.
«Ellas no tienen ninguna responsabilidad de los que les pasa en su vida». Por un momento parecía el mensaje del programa, pero quizá sea injusto decirlo dado que el enfoque del show era conmovernos a todos en sus dos horas. Imagino que para algunos el solo plantear que aquellas múltiples veces madres, pero con aspecto de niñas a pesar de no serlo, deban ser responsables de algo es indicio de mala voluntad. Sin embargo, me es imposible sostener esta posición, porque a diferencia de muchos condescendientes, quiero creer que todo ser humano es capaz de aportar dirección a su vida en algún momento; tener una actitud mínimamente inquisidora o de autocrítica esta en nuestra naturaleza (decirse a si mismo quizá a partir del segundo parto: «no puedo alimentar a ninguno de mis hijos, me entristece verlos llorar de hambre, ¿como hago para no tener más (¡o no llegar al quinto!)?»). Pensar que son incapaces de hacerlo, asumir que ellas tienen un nivel cero de comprensión, es en realidad menospreciarlas.
«Tienen (buena o poca) parte de responsabilidad de lo que les pasa, pero tienen alguna sin dudarlo». Me encuentro en este grupo y asumo que una mayoría lo está o lo estaría una vez acabada la parafernalia emocional del programa. En el transcurrir de la vida una parte importante de las lecciones que esta nos da, la extraemos de errores, pero es nuestra responsabilidad el aprender de ellos más aun cuando el impacto ha sido tan grande (supongo que algún fundamentalista no soportará el termino “error” para referirnos a la situación de vidas concebidas irresponsablemente, pero no discutiré este punto). Una sociedad que niega o ignora el concepto de responsabilidad individual, no solo esta destinada al fracaso, sino que desprecia el valor de aquellos que viven sus vidas productivas de manera responsable.
A diferencia de otros programas de la Valcárcel, para mí aquella noche no fue de causas en “blanco o negro” (“sueño por operarme los ojos”, “por mi madre desfigurada en un incendio”, “por la operación de espalda”); el premio para la madre soñadora consistirá en costearle un parto digno y entregarle un importante monto de dinero, que de seguro tendrá como consecuencia el conveniente regreso del hasta ahora fugado “macho procreador”. Finalmente, me gustaría creer que entre tanta emoción que experimentará en su momento la feliz afortunada, la sabiduría impere en su repentino cambio de vida.