Aquella mañana de julio, en el día fijado para que “Teatro La Plaza” anunciara a los ganadores del concurso de dramaturgia “Sala de parto” (SdP), una llamada al celular me hizo saltar del asiento. Mi obra estaba entre las ganadoras. Con esto se dio inicio a la historia del primer montaje de “10,000 horas”, la cual no me atrevería a relatar de no estar convencido de que puede ser un testimonio interesante para otros postulantes (¿postulantes para qué?) y porque incluye un amplio espectro de emociones y curiosidades que aún hoy no dejan de sorprenderme.
A la tarde siguiente, en la primera reunión en SdP, se nos recordó que el objetivo del concurso es difundir a nuevos dramaturgos y que para ello habría un festival (en el mes de septiembre) en donde se presentarían a los ganadores y se leerían algunas de las obras seleccionadas. Habría un acompañamiento constante encaminado al festival y a un posterior montaje. Como parte de la promoción, nos tomarían una serie de fotos y vídeos… Imagino que para los comunicadores o actores esto no es intimidante, pero para mí, que fui formado como ingeniero, la idea de posar o hablar ante una cámara era motivo de aprehensión. Sobreviví, contento y agradecido por el cariño y paciencia de las personas que en estas sesiones me decían cómo debía respirar o relajarme.
Un momento para el cual no pude controlar la respiración fue cuando al par de semanas me dijeron quién dirigiría la lectura dramatizada de mi libreto. “Mi directora” sería nada menos que Norma Martínez, a quien siempre he admirado por su trabajo. Así que con esta noticia, pasé rápidamente de una situación de ‘solo la he visto desde la butaca de un teatro’ a ‘¡va a dirigir la lectura de mi obra y vamos a trabajar juntos!’.
Trabajar con Norma se convirtió en todo una escuela para mí. Verla explorar cada línea del texto, marcar las acciones, orquestar la intensidad de los diálogos y buscar el aporte de cada actor, ha sido una experiencia fascinante. También sugirió algunas mejoras y a los integrantes del casting. Así fue como para la lectura que haríamos en el festival se integraron profesionales de la talla de Bruno Odar (como Salvador Rossi), Renato Rueda (como Bruno, el hijo de Salvador), Monserrat “Monchi” Brugué (como la esposa y madre) y Roberto Ruiz (como el fiel amigo, Gabriel).
Ahora, quisiera dedicar algunas líneas a mi querido personaje de Salvador Rossi, dado que sobre él recae un gran peso emocional. Salvador fue inspirado en parte por “The great Santini” (interpretado por Robert Duvall) y también por el hombre más especial que he conocido: mi padre. Mi padre, al igual que Salvador, era un piloto apasionado del vuelo, pero a diferencia de este, no se ganó la vida volando sobre el mar sino fumigando a escasos centímetros de los campos de cultivo, esquivando a velocidad vertiginosa árboles y cables de alta tensión; una profesión en la cual los reflejos deben ser magníficos, sin margen de error.
Cuando escribí “10,000 horas”, mi padre llevaba varios meses postrado en cama y con necesidad de cuidados médicos constantes. Partió hacia la casa del Señor poco antes de que se hiciera la lectura dramatizada, ; sin embargo, estoy seguro que entre las butacas de ”Teatro La Plaza” estuvo presente , viendo el trabajo de su hijo, así como cuando recortaba mis artículos o entrevistas de los periódicos. De otra parte, el poema de Magee que se va leyendo de a pocos en la obra, es el mismo que como hijo mayor leí mientras lo velábamos.
Norma tuvo la iniciativa de dedicar nuestra lectura dramatizada a mi papá. Yo no lo sabía, y confieso que tuve que contenerme para no derramar lágrimas cuando vi su nombre proyectado en la pantalla detrás de los actores, junto a los créditos de la producción.
Creo que muchos pudieron identificarse con los cuatro personajes que conocieron a partir de la lectura y los comentarios fueros muy gentiles. Pienso que la empatía que generan Salvador y Bruno, en particular, se basa en que ambos proyectan una fuerte relación padre e hijo y que, a pesar de los problemas, gritos y frustraciones, se quieren profundamente.
Las lecturas dramatizadas que se dieron en el festival del 2014, sirvieron de vitrina para que pudiéramos encontrar una compañía coproductora para nuestras obras. Parte del premio incluía un monto para financiarla, pero para usarlo debía encontrar alguna entidad interesada en llevarla a las tablas. Los tiempos para separar salas de teatro son cortos, así que a pesar de la vorágine emocional que había significado la partida de mi papá, y el contar con una cuidada lectura en público, debía conseguir una productora. Mis amigos de Sala de Parto me ayudaron con su nutrida agenda de contactos. Al poco tiempo, Bruno Odar me comentó que le interesaba el proyecto; a él y a su familia les había gustado la obra y para antes de fin de año ya habíamos acordado iniciar juntos este demandante tramo del proceso con su productora “Diez talentos” en coproducción con “Sala de Parto”.
En el ínterin, el festival organizó una nueva lectura, esta vez ‘a puerta cerrada’ a la que invitó a destacados profesionales del teatro. El texto leído recogía las anotaciones que el reconocido dramaturgo Cesar de Maria proveyó como Script Doctor y en la sesión recogí un sinnúmero de nuevas opiniones y sugerencias
Trabajar con Bruno de director del montaje ha sido, para usar la temática de mi obra, como subirse a una avioneta acrobática conducida por un piloto experto. Su búsqueda incesante de nuevas formas de abordar “10,000 horas”, su exploración de la escenografía, de la utilería, del lenguaje visual que la compone, los simbolismos que descubre, sus experimentos visualmente ¿surrealistas? (¿realmente son surrealistas?) oníricos componen un fascinante viaje en sí mismos. Son piruetas que ya quiero probar en mis nuevos textos y un recordatorio de que el teatro no tiene límites en la forma de expresarse.
Siento que la obra no solo está en buenas manos, sino que el texto ahora recoge algunas modificaciones que han aparecido fruto de los ensayos. Son esos momentos en que uno constata que no todo lo que “suena bien” en el papel puede funcionar en un montaje profesional.
Un feliz detalle en el reparto de este primer montaje es que incluye a dos importantes actores que en la vida real son padre e hijo: Carlos y Alonso Cano. Es público que Carlos enfrenta una batalla contra el cáncer y, sin embargo, todos en la producción somos testigos de su amor por la actuación; su pasión y empeño son visibles en cada ensayo, a pesar de la enfermedad, está presente construyendo su personaje. Difícil no encontrar coincidencias entre él y al Salvador a quien interpreta. Ambos son luchadores.
Junto a Carlos y Alonso, Luzma de la Torre Ugarte y Héctor Rodríguez personificarán a Rosario y Gabriel.
A pocos días del estreno, no puedo dejar de preguntarme: ¿Quién podría haber imaginado todo lo que ocurriría en un año a partir de la llamada del director de “Sala de Parto”? ¿Quién podría imaginar un concurso en el que la luz de los reflectores se cierne sobre los dramaturgos, con el acompañamiento continuo de sus promotores, por tanto tiempo?
Gracias al proceso de montaje de “10,000 horas” he podido conocer a gente interesante y maravillosa. Entablar amistad con personas que de otro modo difícilmente hubiera conocido . He despedido con un poema a mi padre… Curioso que un texto que trata justamente de sueños, pasiones y nuevas resoluciones haya llevado más de eso a mi vida, haciendo que me enamore aún más del teatro y crezca mi compromiso por crear más obras para él.