La próxima vez que el cielo nocturno se lo permita, le propongo que intente el siguiente ejercicio: mire hacia la Luna. Mientras lo hace, piense en lo que es, un mundo por derecho propio, con una extensión “caminable” que, al no haber océanos ni mares, supera a la suma de todos los continentes de la Tierra incluida a la helada Antártida. Una superficie desértica, que lejos de ser liza, esta cubierta por cráteres, rocas, cordilleras, aisladas montañas, ranuras, peñascos e innumerables características.
Y si al ver la televisión le interesa aquella frase de la serie Star Trek de “…llegar a donde nadie ha llegado antes…” entonces recuerde que en la historia de nuestra humanidad tan solo doce seres humanos han caminado alla, dejando tras sus pasos huellas que, al no haber ningún tipo de erosión que pudiera borrarlas, permanecerán por millones de años incambiables dándole a cada uno de sus hacedores una sensación de eternidad física. Este logro tiene más de 30 años, y nos remonta a una época en la que los discos de música eran de vynilo, los televisores a color eran símbolo de alta tecnología, de gigantescas (en tamaños) computadoras y una muy nueva y casi recién nacida ciencia espacial. En ese entonces, y bajo la presión de una competencia por el prestigio internacional, la NASA intento acometer la difícil travesía de llegar y ver lo que nunca antes alguien había visto y de sobrevivir para contarlo.
Mucho se ha dicho del programa lunar tripulado Apollo: que se gastaron 26000 millones de dólares, dinero suficiente por ese entonces para haber irrigado todos los desiertos del mundo; que trabajaron más de 400000 hombres, cuando hoy un proyecto de ingeniería como el Eurotunel no incluye más de 30000; que cada componente tuvo que inventarse, convirtiendo en pioneros a sus investigadores en áreas como metalurgia, materiales, cohetes, combustibles u ordenadores como el que permitió el primer alunizaje[1] que sumaron una hazaña no repetida aun por nadie; se llevo al hombre fuera de las ataduras gravitaciones de su planeta madre a diferencia de nuestro celebre Transbordador Espacial que en tan solo 10 minutos llega a su destino orbital y al que le basta unos 40 minutos de maniobras para regresar al suelo. El programa lunar Apollo ubicó a los astronautas a 4 días de viaje de retorno y ante el intenso drama de depender de un único motor para salir de la atracción lunar para no convertir a su nave en una costosa tumba dentro del sistema solar.
Aunque es a la que más se celebra, la del Apollo 11 no fue la única tripulación en tocar la superficie selenita ni las imagines de Neil Armstrong las únicas que se obtuvieron de nuestra presencia en aquel espacio exterior, es más, el tiempo que él y su compañero Buzz Aldrin estuvieron dando el “gigante paso” fuera de la cápsula fue el menor de las misiones que le siguieron en jornadas que cada vez causaban, injustificadamente, menor admiración a una apática teleaudiencia. Apenas cuatro meses después del histórico primer alunizaje le toco el turno al Apollo 12 que posó al modulo lunar, luego de un viaje espacial de más 390000 Km a escasos ¡300 metros! de una sonda no tripulada que había llegado 2 años antes, convirtiendo a los astronautas en modernos “arqueólogos” espaciales que examinarían la erosión sufrida por piezas colocadas en aquel paisaje durante tantos tiempo atrás. Gracias a uno de ellos que en la actualidad es un artista profesional tenemos recreados mediante sus pinturas aquellos años de oro de la exploración.
[1] Este tenía menos memoria que la mayoría de calculadoras científicas en la actualidad a pesar de contar con la mejor tecnología en ese entonces.