En una épica escena de Duro de Matar 4, Bruce Willis conduce su carro por una rampa, acelera, se lanza a medio camino y observa cómo éste destruye un helicóptero en pleno vuelo. Tengo serias dudas sobre si los guionistas tomaron algún hecho de la vida real o si esto se encuentra en algún manual policial (de cómo destruir aeronaves con las patrullas), sin embargo la respuesta que nuestro héroe da sobre lo que acaba de hacer, es la actitud del macho que se respeta: “es que me quedé sin balas”. Claro y conciso. No resalta los riesgos de la situación, como quedarse sin movilidad, sino que nos da a entender que lo que vimos es cosa de cualquier lunes.
Esta imagen vino a mi mente mientras conducía al trabajo y veía un ruidoso helicóptero pasar a la distancia. Me pregunté; ¿qué personas de carne y hueso han respondido de manera tan “willisiana” al peligro y a la muerte? Tras apenas descartar a los repartidores nocturnos, llegué a mi gremio favorito, los astronautas que participaron en la carrera espacial de los años 60. Caí en cuenta que podía obtener una pequeña lista de estos actos que los convirtieron en los más machos de la NASA, y de paso reunir material para otro libro:
Neil Armstrong y el vehículo de entrenamiento. Los hombres que caminarían en la Luna debían entrenarse a conciencia en todas las formas posibles. No solo aprendieron a volar helicópteros, dado que originalmente eran pilotos de jets, sino que la agencia espacial les construyó un curioso aparato llamado LLTV cuya misión era simular en la Tierra al módulo lunar. Armstrong, de manera creativa lo apodó “la cama voladora”, dado que consistía básicamente en un gran motor cohete, atado a una estructura de metal que incluía un asiento y una pequeña cabina.
En mayo de 1969, Neil Armstrong se encontraba a unos 150 metros de altura a bordo de estos costosos pero inestables vehículos, cuando empezó a perder control sobre el mismo. No es difícil ver en el video que ladeado completamente cae varios metros, pero lejos de eyectarse, espera hasta el último momento, luchando para recuperarlo. A tan solo 60 metros, pulsa el botón de eyección, antes de que la nave terminara de cabeza y salga disparado como una bola de cañón apuntando al suelo. Análisis posteriores demostraron que de haber demorado 0.2 segundos más, hubiera muerto.
¿Qué hace una persona normal en tal caso? ¿Ir al templo más cercano?, ¿llamar a casa?, ¿cambiar de profesión a curador de museos? Pues no Neil Armstrong. A la hora, estaba en su escritorio trabajando, atendiendo papeleos. Su compañero de oficina ni se había enterado del incidente, hasta que lo oyó en el corredor, ante lo cual volvió donde él y preguntó si él se había salvado del LLTV una hora antes. Tras pensarlo un segundo, respondió: “Yeah, fui yo”.
Años después preguntado sobre su reacción, circunspecto como siempre añade: «es verdad, regresé a mi oficina. Es decir, ¿qué vas a hacer? Es uno de esos días tristes en que pierdes tu máquina». Al menos sintió tristeza por la pobre máquina, lo que no sintió necesario fue pedir el resto del día libre, al parecer, haber estado al borde de la muerte, no es excusa para dejar de atender la oficina por unas horas.
(Continuará: Gene Cernan y el helicóptero)