I can’t think of a single job I’d rather have – in this world or out of it.»
John Young
Si hubiera un título de “El astronauta de los astronautas” y, por alguna razón fuera yo quien debiera otorgarlo, sería para John Young. Seguro, pocos han oído su nombre, no es un Gagarin o un Armstrong, pero su carrera de cuatro décadas es un fenómeno irrepetible (literalmente). Les contaré un poco de él pero les adelanto que fue el primer hombre en ir seis veces al espacio y que pertenece a la selecta docena de personas que han caminado en la Luna.
A los 22 años, tras graduarse con honores de ingeniero aeronáutico, ingresa a la naval para pelear en Corea y luego convertirse en piloto de pruebas, aquí establece dos récords mundiales al obtener el menor tiempo en alcanzar grandes alturas.
En 1961 se convierte en astronauta del segundo grupo de la NASA («los Nuevos Nueve”) en una era en que los elegidos recibían entrenamiento de supervivencia en la selva por si la nave caía en alguna zona remota y estas contaban con primitivas computadoras (casi todo era manual). Fue el primero de su promoción en realizar un vuelo, el Géminis 3, estrenando y probando una nueva generación de astronaves. La misión también es la primera en la historia en que se cambia la órbita y plano orbital de un vehículo tripulado, esto puede sonar algo técnico, pero significa que por primera vez se controlaba por dónde se conducían en el espacio.
Cuatro años después, comanda el Géminis 10, en la cual Michael Collins realiza dos caminatas espaciales. El ritmo cardiaco de Young al momento del reingreso a la atmosfera fue de los más bajos, demostrando su carácter sereno e imperturbable ante uno de los momentos más peligrosos que tiene este tipo de viaje.
Su tercer vuelo, lo condujo por primera vez a la Luna en el Apollo 10 (1969), en el que se siguieron todos los pasos necesarios para poner a un hombre en la superficie selenita salvo descender los últimos quince kilómetros. Aquí se convierte en el primero en orbitar nuestro satélite a solas, mientras sus compañeros partían en el módulo lunar. Si bien no comandó el vuelo, su excepcional experiencia era necesaria ya que de haber alguna emergencia, él debería ser capaz de resolverla por sí mismo.
En su cuarto vuelo comanda la séptima misión a la Luna, el Apollo 16, quedándose allí por tres días, camina sobre las montañas de Descartes totalizando casi 20 horas en el exterior y maneja el Rover, un pequeño carro lunar propulsado a baterías, por unos 26 kilómetros. Lo que para muchos fue el fin de su carrera, ¡¿para qué tomar más riesgos si ya se ha vivido tres días en otro mundo?! , para él fue solo un encargo más: Young permanece a la espera del siguiente modelo de nave, del transbordador espacial. Su sed por los viajes a la última frontera parecían nunca menguar.
Desarrollar esta máquina tan compleja, que despega como cohete y aterriza como un avión, le tomó a la agencia espacial casi 10 años, pero en 1981 comanda al fin el primer vuelo de esta nueva era, en la primera vez que una nave se prueba sin ningún viaje previo sin pasajeros.
El sexto y último vuelo de Young fue para llevar el laboratorio Spacelab (1983). La misión completó exitosamente todos sus objetivos mientras que los especialistas realizaron más de 70 experimentos en los campos de física atmosférica, observaciones de la Tierra, física de plasma, astronomía, física solar y ciencia de la vida.
En el 2004, tras haberse desempeñado como Director Asociado en el Johnson Space Center, se retira luego de 42 años de servicio en la NASA, la gran parte del tiempo como astronauta activo y algunos señalan que, si no fuera por su “franqueza” al expresar sus preocupaciones sobre la seguridad de los transbordadores, hubiera realizado más vuelos.
Young no solo pertenece a la época de los pioneros que cruzaron por primera vez la última frontera, en lo que hoy son primitivas máquinas, sino que dentro de ese grupo fue quien mayor experiencia de vuelo alcanzó. Curiosamente, a diferencia de la gran mayoría de sus compañeros, nunca ha escrito sus memorias ni hay un libro sobre su vida, convertiéndose, digo yo, en un héroe solo para conocedores.