No hace mucho, en la casa de un buen amigo, éste me mostraba su consola Play Station cuando colocó un curioso juego, tras lo cual apareció en el televisor una banda de rock en pleno concierto frente a un público expectante. Cogió el mando y conforme aparecían y desaparecían distintos colores en escena, presionaba las respectivas teclas, la música fluía con nitidez, y yo no podía más que admirarlo absorto mientras que sus fans virtuales celebraban su talento. ¡Tenía que probarlo!, así que literalmente le arranché el mando de las manos e intenté continuar su obra, pero sin éxito, con lo cual el evento casi se transformó en un linchamiento virtual ante el negativo clamor del respetable.
El videojuego en cuestión, Guitar Hero (“Héroes de la Guitarra”), ha tenido en sus distintas versiones ventas superiores a los 1,600 millones de dólares, lo que lo convierte
en una de las franquicias más exitosas de su categoría, es un fenómeno cultural que ahora incluye más “instrumentos” a “tocar” y al cual se han plegado bandas como Aerosmith que han entregado varias de sus canciones a este medio; sin embargo, mientras era vilmente abucheado en la pantalla de plasma, no pude evitar preguntarme, ¿es real todo esto?.
No niego la importancia de la simulación como herramienta de aprendizaje o como medio para acercar a alguien a nuevos temas, por ejemplo, hay simuladores de vuelo en donde uno puede pasar horas mientras aprende tan solo cómo leer las cartas de navegación, pero tratándose de música no creo que el simpático control abigarrado de botones logre ninguno de los dos cometidos, como insinúa parte de la publicidad del producto. No todos son seguidores de este producto, el mítico guitarrista y compositor de Led Zeppelin, Jimmy Page, señalaba en una rueda de prensa este año, que no podía imaginar que la gente estuviera aprendiendo algo significativo acerca de tocar instrumentos por medio de videojuegos…claro que al decirlo está perdiendo millones de dólares por no subirse a la nueva ola.
Si bien no sostengo que todo aquél que selecciona el Guitar Hero lo hace para ahorrarse el trabajo de ser un verdadero músico, creo que puede hacernos olvidar que todo arte o ciencia es muchas veces exigente y difícil de aprender. Por ejemplo, debo confesar que en el camino he abandonado la guitarra (sólo aprendí unas cuantas canciones), armónica (cero canciones), órgano electrónico (a tocar algunas “básicas”) y el bombo, para el cual aún tengo grabada en mi memoria la mirada contrariada de medio salón parroquial por el cambio de ritmo que sin querer le introduje a una canción aquella vez.
Lo interesante de este juego es también la ilusión temporal que transmite, para algunos se traduce en ser vitoreado mientras rápidos dedos acompañan la pose y el gesto de rockero esforzado (como el que vi en mi anfitrión aquel día), para otros, la de oír cómo cruelmente nos botan del escenario forzándonos a desquitarnos en un artículo…

No niego la importancia de la simulación como herramienta de aprendizaje o como medio para acercar a alguien a nuevos temas, por ejemplo, hay simuladores de vuelo en donde uno puede pasar horas mientras aprende tan solo cómo leer las cartas de navegación, pero tratándose de música no creo que el simpático control abigarrado de botones logre ninguno de los dos cometidos, como insinúa parte de la publicidad del producto. No todos son seguidores de este producto, el mítico guitarrista y compositor de Led Zeppelin, Jimmy Page, señalaba en una rueda de prensa este año, que no podía imaginar que la gente estuviera aprendiendo algo significativo acerca de tocar instrumentos por medio de videojuegos…claro que al decirlo está perdiendo millones de dólares por no subirse a la nueva ola.
Si bien no sostengo que todo aquél que selecciona el Guitar Hero lo hace para ahorrarse el trabajo de ser un verdadero músico, creo que puede hacernos olvidar que todo arte o ciencia es muchas veces exigente y difícil de aprender. Por ejemplo, debo confesar que en el camino he abandonado la guitarra (sólo aprendí unas cuantas canciones), armónica (cero canciones), órgano electrónico (a tocar algunas “básicas”) y el bombo, para el cual aún tengo grabada en mi memoria la mirada contrariada de medio salón parroquial por el cambio de ritmo que sin querer le introduje a una canción aquella vez.
Lo interesante de este juego es también la ilusión temporal que transmite, para algunos se traduce en ser vitoreado mientras rápidos dedos acompañan la pose y el gesto de rockero esforzado (como el que vi en mi anfitrión aquel día), para otros, la de oír cómo cruelmente nos botan del escenario forzándonos a desquitarnos en un artículo…