John A. Rizzo, joven abogado, vivía en Washington en los 70s cuando un comité del Congreso sacó a la luz los intentos de la CIA para asesinar líderes extranjeros. Lejos de ver un problema moral, se dijo a si mismo, “con todo lo que pasa, necesitarán abogados”. Estuvo certero, al poco tiempo inició su carrera en la agencia de inteligencia y hasta hace poco, formó parte del equipo que cuida el aspecto legal de las “neutralizaciones” en Pakistan y Afganistan.
Puede parecer curioso, pero así como se lee, existe un grupo de personas que se encargan de justificar y documentar en un legajo la decisión de eliminar a un enemigo. Los motivos que recolecten, deben garantizar que el lanzamiento de un misil contra un individuo buscado sea un acto que se sitúa dentro de las leyes. Estos ataques, casi quirúrgicos, suman más de 180 en lo que va de la administración Obama y se dan de variadas formas.
Más allá de la dudosa moralidad de este accionar, llama la atención no solo que exista burocracia para estos “trámites”, con procesos establecidos, sino la moderna forma con que se ejecutan las órdenes: por medio de aviones teledirigidos, llamados Drones, mortales descendientes de los modelos a radio control que algunos tuvimos de niños.
Se trata de una manera nueva de pelear la guerra, oscura y asimétrica, con pilotos de combate montados no en una cabina, sino en una silla frente a un monitor de video, encerrados en habitaciones con aire acondicionado, con una mano en la palanca de mando que se asemeja al joystick de un videojuego. Desde sus oficinas, gobiernan estas máquinas cuyas poderosas cámaras les permite identificar al hombre que tras pulsar el botón, morirá tras pocos segundos. ¿Existe una manera más estéril de matar directamente a alguien?
Pero no siempre el proceso es “perfecto”, en ocasiones las víctimas del ataque son inocentes, erróneamente señaladas o lo suficientemente desafortunadas como para estar en las cercanías de una explosión. En otros casos, sucedió no hace mucho, las transmisiones de estos aparatos a sus bases fueron hackeadas, gracias a un software que en Internet se compra a 30 dólares, por los mismos terroristas a los que Estados Unidos busca.
Sin embargo, la tendencia es a incrementar el uso de estas naves, no solo por la primera potencia sino en el resto del mundo; más de cuarenta países se encuentran invirtiendo en este tipo de armas, por su conveniencia y economía. Al parecer, abogador como Rizzo, quién se encuentra en estos momentos escribiendo sus memorias, seguirán teniendo trabajo garantizado para el futuro.
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PS: En la premiada novela de ciencia ficción, “El juego de Ender”, el personaje principal cree que esta entrenándose en una especie de videojuego, pero desconoce que en realidad sus jugadas aniquilan a una civilización extraterrestre. Cuando la leí muchos años atrás, no imaginé que parte de la guerra se pelearía con un joystick y un monitor.