Al hombre sentenciado a morir tan joven, la muerte le llegó a los 76 años. Contra todo pronóstico le dio tiempo de dejar un amplio legado como científico y divulgador, pero, sobre todo, de invitar a millones de personas a mirar las estrellas desde nos encontremos.
En 1963, un prometedor estudiante de posgrado de la Universidad de Cambridge es diagnosticado con una rara enfermedad degenerativa neuromuscular. La noticia que recibe de los doctores es sombría, sus músculos irán paralizándose de a pocos hasta terminar con su muerte. A los veintiún años, Stephen Hawking es informado de que le quedan apenas otros dos años de vida.
Han pasado varias décadas desde que el hoy célebre físico, cosmólogo y divulgador científico venciera aquel lúgubre vaticinio. No solo eso, sino que tal como señalara él mismo en una entrevista con Larry King, ha tenido lo que se llama una vida plena. Como investigador, existen varios fenómenos físicos que llevan su nombre, como la “radiación Hawking”, que es la energía que predijo emitirían los agujeros negros. Como divulgador, solo con su primer libro (“Breve historia del tiempo”) suma más de diez millones los ejemplares que ha vendido invitando al público a reflexionar sobre los inicios del universo.
Es imposible ignorar que el hombre detrás de estos logros e innumerables premios pasara la mayor parte su vida postrado en una silla de ruedas y con enormes dificultades para comunicarse. Ya en el año 1985, a raíz de una traqueotomía que le hicieran para salvarle de una neumonía, perdía su ya limitada capacidad del habla. Dada su parálisis, ahora debía comunicarse tan solo levantando las cejas para escoger letras de una cartilla de deletreo. Poco después, recibió un programa de computadora que le permitía formar palabras por medio de un botón-pulsador. De este modo, lograba escribir a solo quince palabras por minuto.
A pesar de tan limitada velocidad, entre el año 1988 y 2013 publicaría siete libros como autor y otros tantos como coautor. Era evidente que su mente no dejaba de trabajar y con el tiempo desarrolló métodos compensatorios para manejar sin papel las matemáticas de su campo de estudio.
Pero como si sufriera un ensañamiento del destino, el deterioro en la movilidad de su mano empeoró el año 2005. Solo le quedó comunicarse por medio de un sensor enfocado a su mejilla. Allí residía el único músculo que podía mover a voluntad para expresarse, apenas a unas cinco palabras por minuto. A este ritmo, se generaban las ideas que la prensa recogía para sus titulares y es que el mundo siempre quiso saber lo que pensaba y hacía este hombre de cuerpo postrado y de mente hiperactiva. Ya sea sobre religión (él era ateo), la vida en otros mundos o la inteligencia artificial sus comentarios generaban luego un debate en los medios.
No hay duda de que su mente brillante, capaz de controlar tan solo una pequeña parte de su cuerpo, no tuvo límites a la hora de explorar los límites de la Cosmología. Stephen Hawking, desde su silla de ruedas, invitó a millones de personas a preguntarse sobre el Universo.