La administración republicana ha ordenado a la NASA adelantar en cuatro años su meta de retornar a la Luna. Ante esto, la agencia espacial deberá balancear sus planes de una presencia prolongada en nuestro satélite contra la necesidad de volver a colocarle una bandera lo antes posible.
A mediados del 2017, el presidente de los Estados Unidos le preguntó al entonces administrador de la NASA si podrían colocar un hombre en Marte antes de que termine su primer mandato. Ofreció, según las fuentes, “todo el dinero que se pudiera necesitar”. El oficial rechazó la oferta, explicando que era imposible hacerlo en ese plazo.
Si bien no se espera que los políticos conozcan al detalle las complejidades de los programas espaciales, pasados, presentes o futuros, en este caso uno no puede dejar de preguntarse si al menos había un entendimiento somero de lo que implicaba la meta. Marte se encuentra, en promedio, seiscientos veces más lejos que la Luna, y llegar allí tomaría unas doscientas setenta veces más de lo que les tomó el viaje a los astronautas del Apollo. Entonces, debió ser sencillo para el administrador de la NASA declinar tal compromiso para dentro de apenas tres años.
Así que ahora la meta es la Luna.
Más allá de las motivaciones que Trump pueda tener, su proceso de decisión parece ser muy distinto, por ejemplo, al de John F. Kennedy. Este anunció su programa Lunar el 25 de mayo de 1961, ante una sesión especial del Congreso, luego de un estudio que encargase al vicepresidente Johnson, en medio de la guerra fría y ante las continúas derrotas que les infligían los rusos en el espacio.
En un contexto muy distinto fue que este 26 de marzo, en la quinta reunión del Consejo Nacional del Espacio, el vicepresidente Mike Pence declaró que la administración de Trump está comprometida a enviar humanos a la Luna para el año 2024, cuatro años antes del objetivo que la NASA previamente se había fijado. El reto para Bill Gerstenmaier, jefe de las exploraciones tripuladas, es mayúsculo. Deberá encontrar el balance entre el objetivo de una presencia permanente en la Luna, con la meta de volver a colocar la bandera lo antes posible.
El plazo es exigente, pero el vicepresidente ha dado carta blanca a la NASA para que considere deshacerse de sus contratistas actuales, que vienen desarrollando un poderoso cohete (llamado SLS, por Space Launch System) que sería capaz de llevar personas al espacio profundo. Si bien el SLS ya venía retrasado en su construcción, actualmente no hay en activo otro de potencia equiparable.
Ante el renovado sentido de urgencia, la NASA empezará pronto a recibir propuestas de quienes aspiren a desarrollar el nuevo módulo lunar, máquina capaz de llevar a sus tripulantes al suelo selenita. Se habla incluso de eliminar lanzamientos de pruebas del SLS para que en apenas en su tercera misión lleve astronautas a la Luna. Así mismo, una estación espacial planificada para orbitar la Luna como base de avanzada también sufriría reducciones.
El reto para la NASA y la industria entorno a ella será enorme. Pero de superarse, a falta de Marte, el presidente norteamericano podrá exhibirlo dentro del que sería su segundo gobierno.