Fotografiada a cada minuto por los turistas del Museo del Louvre, la famosa pintura del maestro florentino parece nunca dejar de hablarnos.
En un adelanto de su próximo libro sobre Leonardo da Vinci, Walter Isaacson nos ofrece un interesante artículo en torno a la famosa sonrisa de la Mona Lisa (publicado para The Atlantic, esta semana). Así se une a la larga lista de historiadores del arte, neurólogos y hasta físicos que han querido analizar el famoso retrato de la Gioconda, que empezó a pintarse a inicios del siglo XV.
Isaacson, autor también de la biografía oficial de Steve Jobs, ahonda en la vida de quien será el epitome del hombre renacentista. Y es que Leonardo, con su inmensa curiosidad intelectual, abarcó diversos campos del saber como la astronomía, geología, anatomía, óptica, escultura, pintura e ingeniería, tanto de manera práctica como teórica. No solo eso, sino que en él, el arte y la ciencia crean una sinergia que enriquece sus obras.
En el marco de esta sinergia, Isaacson nos habla sobre la Mona Lisa y los conocimientos que Leonardo empleó para pintarla. Por ejemplo, en los años que trabajó en ella, estudiaba la anatomía humana en la morgue de Florencia. Allí, ayudado por la luz de las velas, examinaba los músculos, huesos, nervios y órganos de los cadáveres. Quería conocer la mecánica de las expresiones humanas desde su interior, analizando para ello los músculos que forman una sonrisa o un rostro molesto.
La elección de los materiales de la pintura no fue dejada al azar. Al preparar la tabla de álamo sobre la que realiza el cuadro, eligió plomo blanco en vez de una mezcla de tiza y pigmento, sabiendo que el plomo reflejaría mejor la luz y con ello la sensación de profundidad que se ve acentuada por las sucesivas capas que va poniendo una sobre otra.
Para la sonrisa, que según el ángulo con que la se mire desaparece del rostro, según Isaacson Leonardo usó sus investigaciones en óptica. Sabía que los rayos de luz no llegan a un simple punto en el ojo, sino que cubren toda el área de la retina. Ya en la retina, la imagen no se procesa de manera uniforme, sino que el centro de esta tiene una mayor agudeza visual que los bordes; estos últimos recogen mejor las sombras y matices en blanco y negro. Por ello, cuando miramos un objeto de frente, es más claro y si lo miramos con la esquina de los ojos más borroso y lejano.
Con este conocimiento, Leonardo trazó líneas finas en las esquinas de la boca de la Mona Lisa. Si se mira directamente, la retina capta estos pequeños detalles y delineamientos, haciéndola parecer no sonreír, pero si se mueve ligeramente la mirada, para mirar sus ojos o mejillas o alguna otra parte de la pintura, verás su boca sólo periféricamente. Será un poco más borrosa. Las minúsculas delineaciones en las comisuras de la boca se vuelven indistintas, pero aún verás las sombras en el borde de su boca. Estas sombras y el sfumato suave en el borde de su boca hacen que sus labios parecen girar hacia arriba en una sonrisa sutil.