Si tuviera que mudarme de ciudad, dentro del país, sería a Arequipa. Las fiestas patrias me han servido no solo para conocerla, sino para quedar encantado con la interesante variedad que ofrece: un centro histórico que es patrimonio de la humanidad, muchísimos museos, infinidad de librerías, casas coloniales, una linda campiña a apenas minutos de distancia, cielo azul y clima seco, nevados cercanos, modernos centros comerciales, cultura… Cuenta con un importante progreso económico y poco menos de un millón de habitantes que, al lado de la mega-super-hiper-barbárica cantidad de limeños, pareciese un número pequeño y civilizado.
La constante presencia de turistas, de todas partes del mundo, atestiguan la cantidad de lugares que la tierra de MVLL tiene para ofrecer también a los visitantes de paso. En este post, comentaré brevemente sobre sus dos principales conventos, sitios obligados de paso, dejando para las siguientes entradas algunos alcances de la ciudad (y su campiña) y el Colca.
Convento de Santa Catalina
Fundado en 1580, el lugar es “una ciudad dentro de una ciudad” (que es como se anuncia), varias cuadras se encuentran encerradas por altos muros. El apelativo se hace evidente cuando en su interior encontramos pequeñas casitas de frontis azul u ocre, a los lados de caminitos que llevan nombres de ciudades españolas. Todo esto se fue construyendo con el sucesivo ingreso de las habitantes del lugar, las monjas de clausura.
Puede parecernos raro, pero en aquel entonces la vocación religiosa no primaba al momento del ingreso de estas, bastaba con haber nacido segunda dentro de una familia acomodada para que el ingreso fuese mandatorio. Los orgullos padres dejaban una dote al convento (a parte de la hija, claro está), para que se construya una pequeña vivienda que incluía entrada, cocina, dormitorio y un lugar para su sirvienta (¡Sí!, sirvienta) que podía salir del lugar para traerle las provisiones.
Los niveles socioeconómicos y las jerarquías eclesiásticas iban de la mano, así como las comodidades de cada una. Incluso, sus propias vestimentas informaban de estas diferencias (esperemos que en el Cielo, seamos todos iguales).
Esto fue cambiando. Con la reforma de Pío IX en 1871, las sirvientas partieron y la vida se volvió comunitaria, dejando de lado la separación entre todas. Si bien alguna vez hospedó a 450 personas (150 de ellas monjas), el recinto cuenta con aproximadamente 20 religiosas que no salen al exterior. El visitante puede entrar a las antiguas viviendas, en las que aún quedan los artefactos de la época, caminar por los patios, mirar algunas expresiones artísticas y religiosas, a la vez que se adentra en un mundo particular, con un espacio y tiempo especiales.
Convento de Santa Teresa.
Este es la “competencia” del primero. No lo digo yo, sino que al propio guía se le escapaban expresiones orgullosas como “aquí tenemos esto y allá no”. Son complementarios. Cuenta con muchísima historia y es, según los arequipeños, su tesoro artístico, y no podría estar más de acuerdo.
Al inicio se muestra el típico “torno”, que se usa en los conventos de claustro. Se trata de una pequeña puerta giratoria, de un metro de alto y medio metro de diámetro, por donde se ingresaban o sacaban las cosas. Hoy, otro es usado por las veintiún monjas que permanecen, número que no varía por tradición, por lo que la postulante debe esperar que “parta” alguna antes de ingresar.
En la misma “sala del Torno”, varias vitrinas explican el proceso de cómo se crearon las esculturas, frescos y lienzos, mostrando estos artefactos en los distintos estados de su elaboración. Una idea brillante que me gustaría ver en más museos.
El recorrido se compone de diversas salas que rodea a uno de los patios del monasterio. En ellas encontramos cuadros que felizmente pueden se fotografiados, con la historia de la orden y de su fundadora espiritual, Santa Teresa de Ávila.
Exponen un enorme y antiquísimo baúl, de unos dos metros de lado y un metro de alto, que al estar abierto muestra diversos pasajes de la Biblia, formados por decenas y decenas de pequeñas figurillas de personajes, objetos, animales, cosas y paisajes que, siempre según el guía, al cerrarse la tapa, no colisionan entre sí. Nunca había visto uno así antes.
En la única sala en donde las fotografías están prohibidas, se hallan costosísimos artefactos hechos a base de metales y piedras preciosas. Como una custodia de más de metro y veinte de alto, de oro y plata dorada, con joyas incrustadas como topacio, diamantes, rubíes, perlas y una enorme esmeralda. La acompañan un cáliz, un copón y un atril (en donde se coloca el misal), todos de oro o plata. Una cruz de carey con un Cristo hecho de marfil (de Filipinas) sobre una base de ébano tampoco pudo salir en fotografía alguna.
La priora es elegida en una salita especial, por fortuna accesible el resto del tiempo, llena de cuadros, parece una pequeñísima Capilla Sixtina de no ser por el hecho de que la humedad del techo terminó borrando las pinturas que allí había. Llama la atención que las pinturas de las paredes laterales tengan motivos prosaicos como un hombre cortándose las uñas de los pies…lo cual, como se comprende, desentona un tanto.
El guía fue enfático en contar que aquí, al contrario que en Santa Catalina, las dotes nunca significaron una mayor jerarquía o comodidad para las moradoras.
Al salir del recinto, de nuevo en el centro histórico moderno y colonial, uno no puede evitar preguntarse sobre las vidas que se escribieron, y siguen escribiéndose, separadas voluntariamente del mundo.
Karin dice
Por tus escritos veo que me faltó conocer algunos lugares como el convento de Santa Teresa…bueno evaluaré ir nuevamenta para allá, aunque tengo miedo pq me cae mal la altura :(…
El convento de Santa Catalina me parecio precioso, los pasajes, dormitorios….el lugar donde las monjas podían conversar con sus familiares, los cuartos donde las segundas hijas permanecián encerradas por un año sin poder salir, con apenas dar 1 pqña vuelta al rededor de una plaza(obviamente al interior del convento)y volver inmediatemente a su claustro…sorprendente las normas que tenían, yo me habría vuelto loca :)…
Saludos,
Karin