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Giuseppe Albatrino

Escritor, Dramaturgo y Divulgador Científico

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Segunda Guerra Mundial

Hitler y la destrucción nihilista

1 agosto, 2013 by Giuseppe Albatrino

Acabo de leer el estupendo libro «The dark charism of Adolf Hitler», de Laurence Rees, y ha sido una jornada aleccionadora, no solo porque todo libro sobre la historia del ascenso y caída del dictador nazi ya de por sí tiene lecciones, sino porque a base de innumerables testimonios, diarios, entrevistas y extractos de sus propios discursos, intenta exponer el proceso de cómo Hitler, su séquito y su pueblo generaron juntos una de las mayores catástrofes de la historia.

Para muchos puede parecer incompresible cómo un pueblo educado como el alemán, encumbró a un cabo bohemio,darkcharism arquitecto frustrado y artista fracasado que no tuvo mayor educación formal, al nivel de líder absoluto. Lo que el afamado historiador Rees expone es una secuencia de pasos graduales, en las que se hace presente el carisma de Hitler y un pueblo receptivo a las promesas de este. La suerte y en parte la torpeza de muchos dirigentes, que subestimaron su independencia y terquedad, también jugaron un papel destacado, como cuando, por ejemplo, se obstina en querer ser Canciller (el equivalente a Primer Ministro) a pesar que su partido no había salido victorioso en las elecciones.

Los resultados de su gobierno no debieron sorprender a quienes leyeron el libro que escribió estando en la cárcel. Durante los nueves meses de prisión (reducidos a partir de los cinco años que le tocó por un intento fallido de golpe) escribió “Mi Lucha”, en el cual se dibuja como un visionario predestinado a guiar a la raza aria, cuando en realidad no es hasta sus mediados veinte años en que toma interés en la política. En el mismo texto habla de su rechazo al Tratado de Versalles, desdén por los judíos y de la necesidad de que Alemania se expandiese al Este contra los bolcheviques.

No implementará sus ideas desde el primer día de gobierno, lo hará progresivamente, de forma que su carisma como líder, al cual todos juraban fidelidad, no se viese mellado. Mientras, el aparato del estado irá aceptando su visión de que no se debe proteger a los más débiles sino que por el contrario, se les debe destruir. Así aparecen los programas de esterilización forzada o de eutanasia mucho antes de la guerra (Alemania llegó a tener unas treinta “clínicas especiales” en donde los recién nacidos eran asesinados si las parteras les descubrían alguna anomalía.)

La guerra no hizo más que incrementar las prácticas barbáricas de un régimen para el que la vida humana no valía nada, literalmente. Y aquí entra a tallar no solo un hombre, sino una jerarquía civil, militar (con notables excepciones) y una sociedad que se nutrió de una filosofía que les dio un marco teórico para los terribles hechos que conocemos hoy.

Por una parte, la supuesta superioridad racial era creída de hito a hito por gran parte de la población. Esto implicaba, como es lógico, que el resto sea inferior y considerado “sub-humano” lo cual les daba pie para asesinar y matar sin miramientos no solo a los judíos, sino soviéticos (de los cuales murieron el doble que los judíos) y todo pueblo que sea conquistado. Esto también les sirvió para anexarse inicialmente a todo pueblo de “raza germana”, como Austria y la región de los Sudetes, a la vista y paciencia de los demás europeos.

Así mismo, la supuesta necesidad del espacio vital (lebesraum), en vez de atender a un modelo de intercambio de bienes, era el único medio aceptable para atender a las necesidades de su población; ello se tradujo ena expansión de Alemania sobre sus vecinos orientales, colonizando la inmensa región formada por la URSS y sus satélites. Aunque parezca increíble, funcionarios nazis encargados del planeamiento (uno de ellos luego sería catedrático universitario) aplicaban modelos de sostenibilidad, con los que concluían fríamente con que ¡debían eliminarse a 30 millones de personas de esa área!

Pero Hitler no creó estas infames ideas de la nada. Muchos pensadores habían llegado a las mismas antes que las llevase a su extrema consecuencia. Faltaba un ingrediente más: su nihilismo. Para el dirigente nazi no existió nunca compasión alguna, ni para su propia gente ni mucho menos para sus enemigos. Veía al mundo libre de toda moral o responsabilidades éticas, por lo que llegó a decir que “La Tierra sigue girando, ya sea que el hombre mate al tigre o sea el tigre quien se lo coma”. El problema fue que por muchos años, este horrendo tigre fue el responsable del sufrimiento y muerte de millones de individuos.

No quiero dejar de recomendar este libro para todos aquellos que intentan entender el incomprensible proceso por el cual un líder amoral y la propaganda de sus seguidores, llevaron gradualmente a una nación a convertirse en verdugo de sus vecinos.

Publicado en: Libros Etiquetado como: Segunda Guerra Mundial

En un campo de concentración Nazi

20 octubre, 2009 by Giuseppe Albatrino

A cuarenta y cinco minutos al norte de Berlín, empleando sucesivamente el metro y un bus, se llega a Sachsenhausen, un campo de concentración construido en 1936 por la Alemania nazi, para recluir en ellos a diversos tipos de prisioneros cuyos “crímenes” podrían contemplar el ser personas opositoras al régimen, el ser homosexuales, el ser judíos, el ser protestante o el ser un inadaptado social. Se trata de un lugar “modelo”, en cuanto si bien no se trata del primer campo en ser construido o el que más muertes registra, en él se ideaban técnicas que iban a ser empleadas en otros (como las cámaras de gas) o se usaba como propaganda para que la prensa, previo maquillaje, lo visitase, ignorando las barbaries que ocasionaron la muerte de 50,000 personas en este recinto.

Antes de continuar, recordemos que los nazis idearon dos tipos de campos, los de exterminio y los de trabajos forzados. Dado el alto índice de asesinatos, hacer diferencias puede parecernos innecesario, pero en realidad los objetivos eran distintos para cada uno: los primeros representaban máquinas de genocidio, creados para eliminar miles de personas de la manera más rápida y “eficiente” posible (triste ejemplo, Auswitch en Polonia) y usualmente se encontraban fuera del territorio alemán, mientras que los segundos, como el hoy visitado, fueron construidos para proporcionar mano de obra esclava a diversas empresas alemanas que pagaban por la manutención de los temibles guardias (no por la de los prisioneros); en casos como la Bayer, también compraban personas como conejillos de indias para sus experimentos con medicamentos en los cuales centenares de personas perecieron.

Exterior del campo de concentración Sachsenhausen

El prisionero ingresaba por una puerta en donde un engañoso mensaje le daba la bienvenida, “Arbeit macht frei” (“El trabajo hace libre”), tras lo cual le eran arrebatadas sus pertenencias, lo rapaban, le asignaban un número y ponían el hoy famoso “pijama” a rayas (diseñado por Hugo Boss) con el fin de empezar el proceso de deshumanizarlo. Todas las mañanas, en un patio triangular de unos 150 metros de lado, bajo el inclemente frío (los turistas con casaca, chompa, guantes y gorro nos encontrábamos tiritando), parados frente a la llamada Estación A, debían formar y esperar hasta que el conteo por parte de sus captores terminase; dado que muchos morían durante la noche por las condiciones en que vivían, sus compañeros preferían cargar el cadáver hasta allí mismo para facilitar el control y acortar la espera bajo el inclemente clima.

Puerta de ingreso al campo (izquierda), Estación A (centro), patio principal del campo (derecha)

Uniforme de los prisioneros (centro)

Cuando terminaba la jornada de trabajo de doce horas, volvían a sus respectivas barracas en donde vivían entre 300 y 500 personas en estado de completo hacinamiento; las camas se encontraban en tres niveles, y cada una de éstas debía ser compartida a pesar de que apenas tenía 70cm de ancho. El baño consistía en seis retretes y seis urinarios, a los cuales toda la población podía acceder únicamente durante el intervalo de una hora, dos veces al día. Para lavarse, existían dos recipientes de agua que recién era cambiada tras una infinidad de usos.

Dos barracas que quedan hoy en día, llegaron a haber más de 60 (izquierda), los camarotes al interior de una de éstas (centro), cuarto de aseo (derecha)


Aparte de las barracas y áreas de trabajo forzados, Sachsenhausen contaba con un hospital laboratorio en donde se realizaban experimentos con los prisioneros, una morgue, fosas comunes y crematorios. De los 200,000 individuos que por aquí pasaron, una cuarta parte perecerían.


Hospital laboratorio (izquierda), lugar en donde se encontraron 7 toneladas de cenizas humanas (derecha)

Es irónico notar que, una vez los rusos llegaron a Berlín, decidieron seguir usándolo para sus propios prisioneros, desde el fin de la guerra hasta 1950, en que 12,000 prisioneros de guerra y desertores soviéticos fallecieron en condiciones similares.

Tras dejar este campo, después de cuatro horas de permanencia, la perturbación que genera tarda un poco más en desvanecerse; así hayan pasado numerosas décadas desde su cierre y ahora funcione como un aleccionador museo y memorial, es difícil verlo como algo distante. Uno no puede dejar de preguntarse, siempre con poco éxito, ¿cómo es que el hombre llega a tal nivel de barbarie?

Publicado en: Vivencias y Opinión Etiquetado como: Alemania, campos de concentración, historia, Nazismo, Sacsenhaussen, Segunda Guerra Mundial

Hitler y algunas lecciones desde el fracaso

27 noviembre, 2008 by Giuseppe Albatrino

       En 1941 Hitler debió sentirse el hombre más afortunado sobre el planeta, en tan solo 100 días de guerra había conquistado Polonia, Noruega, Bélgica, Holanda y Francia, unificó Alemania con Austria (cuya población se considera así misma alemana en buena parte hasta el día de hoy), llevaba buenas relaciones con las fascistas Italia y España y tenía un tratado de no agresión con la Unión Soviética (que luego rompería precipitando su derrota); nada mal para alguien que no había estudiado en la academia militar, solo llego al rango de cabo y, por inverosímil que pueda parecer, sus superiores no vieron en él liderazgo alguno.
       Tres años después, su caída fue estrepitosa y costo millones de vidas inocentes, asediado por tropas aliadas, encerrado en un bunker cometió suicidio al lado de su amante Eva Braun. Hoy en día, con justificadas razones, representa la imagen del odio y de la insania, sin embargo creo que es lícito buscar en cada derrota o éxito, venga de quien venga, lecciones que podamos emplear; si bien es cierto hay muchos motivos para su derrota y libros enteros exponiéndolos, he encontrado algunos puntos sugestivos en mi propia lectura del libro “Inside the third reich”, del brillante “arquitecto de Hitler” Albert Speer, en lo concerniente a su rol de Comandante en Jefe.

Lección 1: Es importante conocer las limitaciones
       Speer nos recuerda algunas cosas interesantes, como que “[Hitler] nunca aprendió una profesión y básicamente siempre permaneció como un outsider en todas las especialidades. Como muchos autodidactas, no tenia idea de lo que significa el conocimiento realmente especializado […] Sin ningún sentido de las complejidades de una tarea, audazmente asumía una función tras otra”. El jerarca nazi no tenia profesión alguna, había intentado ser arquitecto pero no culmino los estudios; para demostrar sus conocimientos se basaba en su estupenda memoria para citar cifras y detalles que un experto, a decir del propio Speer, no carga en su mente pues los puede buscar o dejar a algún asistente, sin embargo con estos números intentaba apabullar a su interlocutor.
       La audacia con la que un novato en alguna materia puede tomar desafíos nuevos es común, y muchas veces puede llevar al éxito, la llamada “suerte de principiante” no es mas que la manera “fresca” con la que se pueden romper paradigmas (al principio los nazis parecían imparables); sin embargo, cuando esta termina, se necesita una mente entrenada para encarar los problemas. El riesgo es que los éxitos iniciales, pueden llevar a pensar que solo son necesarios los instintos y los conocimientos superficiales.
Creo que cuando un buen profesional respeta a otros en ámbitos distintos al suyo, se debe en parte a que, tras haber estudiado sus buenos años, puede imaginar el valor de una mente entrenada en un campo especializado por largo tiempo. En nuestro medio local no es difícil ver, por ejemplo, a contadores que se creen abogados o administradores, lo cual no es intrínsecamente negativo, siempre y cuando se reconozcan los límites del conocimiento propio.

Lección 2: Es importante escuchar a los expertos
       Por su misma falta de instrucción formal y por la deformación de su carácter, Hitler creía saber todo de todos los temas; es sabido que no escuchaba a sus generales y quería ver las cosas como las deseaba, no como eran en realidad. En cierta reunión se le informó, para su sorpresa, que el modelo de avión Me-262 era un caza a reacción no un bombardero, ante lo cual el pide que se le añadan bombas. A pesar de que el mariscal Milch le explicó que las estructuras del aparato no habían sido diseñadas para eso, Hitler pierde los estribos y comenzó a gritar enloquecido…los ingenieros cambiaron la funcionalidad del avión, convirtiéndolo en caza- bombardero según sus designios, pero del millar de aparatos fabricados solo se consiguió poner operativos menos de un centenar de maquinas.
Desdeñar el conocimiento de los expertos puede ser una práctica común en muchos decisores, pero esto puede traer consecuencias funestas.

Lección 3: Es importante actualizar los conocimientos
       Speer nos cuenta que el horizonte técnico de Hitler estaba limitado por la Primera Guerra Mundial (en un inicio conocida como “La gran guerra”, hasta que los nazis trajeron la suya), que sus intereses estaban restringidos a las armas tradicionales de la armada y la naval, áreas en las que incrementaba su conocimiento, señala que “[…] tenia poca sensibilidad por los nuevos desarrollos, tales como el radar, la construcción de la bomba atómica, aviones jet, y cohetes”.
       Hoy en día, vivimos en la llamada sociedad del conocimiento y la importancia de mantener actualizado el saber propio nos puede parecer obvio, sin embargo siempre es fácil caer en la trampa de no dar paso a nuevas ideas, a visiones cambiantes de las cosas. Mientras que los aliados perfeccionaron el radar, usado con exito en la batalla de Inglaterra, y construyeron las bombas que lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki, Alemania no entro en estos campos. Y si bien es notorio su avance en los cohetes V1 y V2, también es cierto que desoyó a sus consejeros militares que proponían emplearlos contra barcos o concentraciones de tropas en vez de las ciudades británicas.

       Afortunadamente para el mundo, gracias a la lucha y sacrificio de millones de soldados, Hitler perdió la guerra; pero sin lugar a dudas, el papel que desempeño él mismo contra si mismo, también ayudo a la causa y nos trae algunas lecciones propias.

Publicado en: Libros Etiquetado como: Hitler, Segunda Guerra Mundial

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